Prólogo

Dos solitarias figuras caminaban lentamente por las calles de Ranavva. Era noche cerrada y la oscuridad imperaba en aquella parte de la ciudad. Sólo se oía el sonido de las pisadas en el empedrado, hasta que una sibilante voz rompió el silencio.
—Maestro, ya han pasado casi trescientos años desde que cayó La Sombra. ¿Por qué seguimos esperando?
—Paciencia, mi querido Spiek —respondió el segundo de ellos con calma—, paciencia.
—Paciencia, mi señor, pero —el tono se volvía más bronco por momentos— ¡ardo en deseos de complaceros y llevar a cabo vuestros designios de venganza!
—¡Basta! —La segunda voz había perdido por un momento todo atisbo de calma, pero lo recuperó al instante—. No confundas mis intenciones con tu intrascendente sed de sangre. He dicho paciencia y eso es lo que tendrás.
—Sí mi señor —contestó temeroso—, lo que vos digáis.
Una vez finalizado el corto diálogo las dos figuras continuaron con su lento caminar. Un par de calles después la más alta de ellas se volvió a detener.
—Aunque quizás, Spiek —dijo casi para sí mismo, remarcando cada palabra—, podríamos calmar un poco tu ansia.
—¿Qué he de hacer por vos, mi señor?
—Paciencia, Spiek, paciencia. Mañana por la noche será el momento, pero antes nos espera un largo camino.
Y, mientras la noche pasaba con placidez, las dos figuras siguieron su camino perdiéndose de vista en la oscuridad...

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