Gritos en la noche (II)

«¡Maldita sea! ¿Cómo es posible?», fue lo único que le vino a la mente. Pero tenía que ser cierto, aquel grito de miedo, de horror, no podía significar otra cosa. Por culpa de aquellos ladronzuelos había perdido la concentración y no se había percatado de nada. Era obvio que se había descuidado, y aquel error le podía salir muy caro. Una criatura como aquella deambulando con libertad entre las calles ahora que casi todo el pueblo saldría de la posada para volver a sus casas... no quería ni pensarlo, aquello se podía convertir en una verdadera matanza.
Arrojó con fuerza al maleante que tenía agarrado por el cuello sobre el que intentaba atacarlo por la espalda, que se había quedado inmóvil por el grito. Ambos cayeron al suelo, momento en el que aprovechó para pasarles por encima buscando la salida del callejón a la avenida principal de la ciudad. Desde allí tendría una mejor visión de lo que estaba ocurriendo.
—¡Detenedlo, que no escape! —gritó desde el suelo el que definitivamente parecía ser el jefe de la banda. Tokei siguió corriendo haciendo caso omiso de los gritos, no podía perder el tiempo, estaba en juego la vida de mucha gente.
Ni siquiera se detuvo cuando dos asaltantes más le salieron al paso. Uno de ellos le disparó con una ballesta, cuyo virote cubrió con el antebrazo izquierdo y rebotó como si de un trozo de metal se tratase. El otro intentó desenvainar una espada, pero antes de conseguirlo recibió tal puñetazo en la cara que quedó aturdido. Tokei siguió corriendo imparable mientras más gritos de pánico desgarraban la otrora tranquila noche.
Llegó lo más rápido que pudo a la avenida principal, iluminada generosamente con antorchas y candiles. Con tanta luz no le hizo falta buscar mucho para encontrar el origen de los gritos. A poco más de una veintena de metros una mujer con la cara ensangrentada abrazaba a una niña mientras gritaba con desesperación. Justo delante de ella una negra criatura con aspecto semihumano mordisqueaba lo que quedaba de la pierna de un niño, que sostenía con una mano mientras le arrancaba jirones de carne. En la otra mano agarraba el resto del cuerpo, casi partido por la mitad de un profundo desgarro. Y aún más; bajo una de las patas yacía, semiaplastado, el cuerpo de un bebé.
En un arrebato de ira la mujer se levantó apartando a la niña a un lado y echó a correr hacia la negra criatura, hacia la muerte. Tokei apenas tuvo tiempo de dar un paso hacia adelante para intentar evitar lo inevitable. Antes siquiera de poder proferir un grito de dolor la mujer se desplomaba con el pecho y la garganta abiertos en canal; el cuerpo inerte quedó a los pies de la niña, su hija.
Un desagradable chasquido se escuchó cuando el cráneo del bebé cedió al peso del demonio, que habia dejado caer el cadáver ensangrentado que sostenía y miraba a la niña; esta, inconsciente del peligro que corría permanecía inmóvil, conmocionada por lo ocurrido. Tras arquear las patas se abalanzó levantando una de las garras para luego dar un mortal zarpazo. Se escuchó un desgarrar de ropas y la sangre salpicó el suelo.

No hay comentarios :

Publicar un comentario