Gritos en la noche (IV)

El demonio se había incorporado de pronto cuando Izzan se acercaba para recuperar el hacha, cogiéndolo totalmente desprevenido. Lo aferró de un mordisco justo detrás de la rodilla para luego ponerse de pie y alzarlo en vilo, desgarrando carne y tendones. Tras zarandearlo varias veces como si de una marioneta se tratase lo arrojó por los aires hacia la esquina de la casa junto a la que estaban, golpeando con fuerza para luego caer inerte al suelo, quedando semioculto por las sombras del callejón de donde poco antes había surgido.

—¡Izzan! —exclamó Thanos mientras corría hacia su compañero haciendo caso omiso del peligro que suponía darle la espalda a aquella criatura que, viendo la oportunidad, se dispuso a abalanzarse sobre él.

—Maldita sea ¡Thanos! —gritó el que aún permanecía junto a Tokei y la niña mientras esgrimía una segunda hacha y la lanzaba.

Thanos se giró para ver cómo el demonio desviaba su trayectoria hacia él y saltaba a un lado para esquivar el arma; desistiendo de su ataque de pronto dio varios saltos hacia atrás hasta alejarse considerablemente y permaneció observando la situación. Lo miró y, tras un momento de duda, siguió corriendo hacia Izzan para comprobar su estado.

—¡Condenado engendro del infierno! —imprecó el que permanecía junto a Tokei mientras comenzaba a andar hacia delante desenvainando una espada.

—¡Alto!, lo único que conseguirás es que os despedace a los tres —dijo Tokei—. Ocúpate de tu compañero y llevaos a la niña de aquí.

Dándose por aludido se volvió para contestar; pero no llegó a hacerlo.

Tokei se había levantado y en su rostro ensombrecido se veía una mirada feroz. Se deshizo con un gesto de la ensangrentada capa, dejando ver varias piezas de lo que parecía ser una armadura ligera. Desenvainó su espada, una inusual katana con extraños reflejos purpúreos y se volvió a ajustar la funda al cinto. Mientras una mancha negra se extendía por parte de su cara y su brazo izquierdo una bronca y oscura voz salió de su boca.

—¡Es mío!

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