La Compañía del Dragón (V)

No había salido de su asombro cuando un brusco forcejeo lo sacó de éste repentinamente. El movimiento de Izzan no fue tan fuerte; pero la sorpresa hizo que le soltara las muñecas y diera un paso hacia atrás, con tal suerte que tropezó con algo y acabó por caer de espaldas en la parte más abarrotada de trastos de toda la habitación.
El estruendo resultante no pasó desapercibido para los que estaban fuera de la tienda; al igual que tampoco lo hizo para Bungar el escudo contra el que se golpeó la cabeza. Durante unos instantes la voz de su ahijada disuadiendo a los guardias que querían entrar para que esperasen en el exterior le sonó hueca y acolchada.
Por suerte se despejó rápido y volvió a levantarse. Por suerte o porque durante los segundos que había estado en el suelo pudo ver cómo Izzan, o lo que fuera en lo que se estaba convirtiendo su amigo, desgarraba a mordiscos las correas que lo ataban y saltaba sobre él. Agarró el escudo que instantes antes casi lo había dejado fuera de juego y, en el momento justo para evitarle un zarpazo, lo interpuso entre los dos.
Arañazos, mordiscos y choques se sucedieron uno detrás de otro; cada vez más precisos, cada vez más fuertes. Bungar evitó los primeros envites, pero tuvo que usar el escudo a medida que los ataques recrudecían. De repente su atacante saltó hacia atrás, y entonces pudo verlo de nuevo. Ya no quedaba rastro alguno de Izzan, era otro demonio más, otro como el que noches atrás había masacrado a una madre y dos hijos pequeños; no permitiría que Izzan acabara así.
Desenvainó su vieja espada. Muchas veces había luchado con ella, muchas veces había derramado sangre, muchas veces le había ayudado a seguir con vida; pero nunca había matado con ella a un amigo.
—Lo siento Izzan.
Como si hubiese entendido el significado de aquellas palabras el demonio arqueó las patas y saltó sobre Bungar. Este sonrió, era justo lo que estaba esperando; alzó el escudo y cargó a su encuentro.
Pero el choque no llegó a producirse, al menos no por donde Bungar esperaba. De pronto algo lo golpeó con fuerza en un costado, arrojándolo hacia el lado y haciéndolo rodar por el suelo. Se enderezó todo lo rápido que pudo para plantar cara a lo que fuese y entonces recordó que no estaba solo en la tienda. Su compañía había entrado en acción, él era quien se les había echado encima. Mejor dicho, aquello en lo que se había convertido noches atrás.
De un fuerte golpe en el hombro había hecho caer al demonio como si le hubiese propinado un mazazo. Le rodeó a continuación el cuello con el brazo izquierdo y lo alzó hasta que las patas se separaron del suelo. Bungar, que estaba justo enfrente, pudo ver entonces cómo se abría de pronto un agujero en la parte derecha del pecho de la criatura, salpicando sangre por doquier.
La había atravesado de parte a parte; un brazo le salía por el pecho y en la garra aún llevaba un corazón palpitante.

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