La Compañía del Dragón (VI)

Los acontecimientos, rápidos, casi precipitados, transcurrieron con lentitud a los ojos de Bungar. La sangre chorreaba espesa sobre el suelo mientras el último grito agónico resonaba en sus oídos. La criatura se convulsionó durante unos segundos hasta que cayó al piso, ya libre del brazo que la había atravesado. Entonces comenzaron a aparecer de nuevo, poco a poco, las facciones de Izzan a la vez que, sin explicación alguna, el agujero en su pecho comenzaba a cerrarse.
La entrada de la tienda se abrió de pronto. Los guardias y su ahijada, expectantes desde el comienzo en el exterior, acudían tras el último alarido escuchado. La celeridad con la que abrieron la lona provocó que la corriente de aire apagara la vela que seguía al pie de la cama, única fuente de luz. Todo quedó a oscuras por un instante; una oscuridad que, habría jurado, no era natural.
Confirmando su última sensación el candil que colgaba del centro de la tienda se encendió tan repentinamente como se había apagado. Debajo de éste, el hombre herido días atrás que, una vez sanado de forma milagrosa, había prometido intentar salvar a su amigo. Y a sus pies, Izzan, temblando de frío o fiebre, pero vivo y sin ningún agujero en el pecho ni sangre a su alrededor.
Se acercó, le tendió la mano y le ayudó a levantarse. Luego habló:
—Quizás ya sea el momento de las presentaciones. Mi nombre es Tokei, y soy cazador —un gesto inequívoco con los ojos indicó a Bungar que no se refería a una caza usual.
Reafirmó el apretón de manos y, con serenidad, respondió.
—Tokei, sé bienvenido a La Compañía del Dragón. Yo soy Bungar, antiguo Dragón Rojo de la guardia personal del Emperador y quien tiene el privilegio de estar al frente de la misma. Considérate como uno más de nosotros el tiempo que desees.
—Será un honor.

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