Preparativos de guerra (II)

Casi una veintena de hombres había residido de forma habitual en la plaza durante las últimas semanas; otros tantos lo habían hecho diseminados por la ciudad. Todos se encontraban reunidos alrededor de la fogata, ya entrada la noche, a la llamada de Bungar. Izzan se había apresurado para que todos estuviesen allí lo antes posible y en apenas un par de horas se encontraban pertrechados y dispuestos, a la espera de su capitán. Bungar, por su parte, estaba en esos momentos en un extremo de la plaza hablando con varios guardias que habían acudido a la llamada de Thanos.
—Esta es la situación —decía Bungar—. Con seguridad las cosas en los alrededores se van a poner feas en las próximas horas; varios de mis hombres han sido emboscados, y vamos a buscar a la chusma responsable de ello. A mí y a mi compañía se nos ha llamado para esto, así que no quiero que intervengáis; lo que sí necesito es que pongáis a salvo a cuanta más gente mejor. Sobre todo a una anciana que vive en esa casa junto a varios niños —comentó mientras señalaba a la casa de La Abuela.
—Bien —respondió el que parecía estar al mando del grupo de guardias, sin demasiada convicción—. Si es necesario dejaré aquí a varios de mis hombres por si hay algún problema; pero los demás os acompañarán.
—No —concluyó tajante Bungar tras meditar durante unos segundos—. Creo que es más conveniente que algunos de sus hombres acompañen a la anciana y a los niños al cuartel para que permanezcan a salvo hasta que esto termine; y que los demás hagan una batida rápida por la zona y procuren que no quede mucha gente por la calle. Luego de eso que desaparezcan y no se entrometan en nuestro cometido.
—¿Cómo? —respondió el interlocutor a todas luces contrariado, no había llegado a ser sargento de la guardia para que un simple mercenario le diese órdenes—. Una cosa es que nos pidas colaboración por la seguridad de los civiles y otra distinta es que pretendas que como sargento acate tus órdenes. Lo que se tenga que hacer se hará bajo mi mando —zanjó.
Bungar adoptó una postura más erguida y se ajustó el cinto de la espada, que se le había deslizado levemente.
—Seamos serios muchacho —comenzó con un tono de voz más seco que el que había mantenido hasta ahora—. Esta es mi compañía, estos son mis hombres y están bajo mi responsabilidad. Me importa un bledo que seas sargento; cuando tú estabas aún en pañales yo ya cruzaba espadas con otros camaradas limpiando esta ciudad y, por los resultados que veo, lo hacíamos mejor de lo que lo hacéis ahora. Así que coge a tus hombres y haz lo que te digo.
Permaneció unos instantes mirándolo con dureza hasta comprobar que no había réplica y luego se giró para dirigirse hacia donde lo esperaban sus compañeros.
—Por cierto —se volvió por último durante un instante—, te hago directamente responsable de la seguridad de la anciana y los niños, más te vale que no les pase nada.

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