No hizo falta mucho tiempo para empezar a plantear la estrategia a seguir. En cuanto dejó las cosas claras con la guardia Bungar se dirigió al centro de la plaza al encuentro de sus hombres y, en pocos minutos, estos ya estaban organizados en pequeños grupos. Observó cómo La Abuela y los niños se alejaban protegidos por los soldados y esperó unos instantes hasta que Mei y Tokei se acercaron para unirse a ellos.
—Bien —continuó tras saludarlos con un gesto—, sigamos ahora que estamos todos. Vosotros cuatro —dijo refiriéndose a ellos y a sus dos lugartenientes— y uno de cada grupo seguidme adentro. El resto estad alerta y preparaos para partir en breve.
Una vez dentro de la tienda central todos se colocaron alrededor de una de las mesas, donde Bungar extendió un pliego de papel que había sacado un momento antes de uno de los arcones.
—Esto es un esbozo de esta parte de la ciudad —explicó—. Durante estas últimas semanas algunos hombres han estado reconociendo el terreno, intentando pasar desapercibidos y recopilando cierta información. El punto central —señaló— es la plaza donde nos encontramos, y el resto son los barrios circundantes; donde se han hecho fuertes los salteadores y ladrones. Seguramente también en esta zona sea donde tengan su base principal.
Permitió que todos observaran con detenimiento el plano, donde a trazos no demasiado precisos, pero sí lo bastante claros, se podían distinguir las calles y casas de toda la zona, y luego continuó.
—Tengo la sospecha de que desde que llegamos aquí nos han estado vigilando y, en lo que han podido, siguiendo los pasos. No me extraña demasiado ya que parecen estar demasiado bien organizados para ser unos simples rateros.
—Creo que está claro que no lo son —apuntó Izzan—, si han tenido que acudir a nosotros ha sido por algo.
—Cierto, la guardia de la ciudad es más que capaz de mantener a raya a ladronzuelos y demás gentuza, así que tenemos que andar con cuidado porque me temo que aquí hay algo más.
Todos sus hombres coincidieron con un gesto de asentimiento.
—No sabemos ni cuántos son ni dónde se esconden —continuó— pero sí por dónde se mueven.
Volvió a señalar el mapa que permanecía en la mesa y, con el dedo índice, realizó varios círculos en toda su extensión, nombrando a su vez a cada uno de los que allí estaban en representación de los grupos formados junto a la hoguera.
—Quiero que cada uno de vuestros grupos peine su zona, cada callejón, cada esquina y cada casa si es necesario. En algún lugar tienen que estar escondidos y sólo tenemos que conseguir que se pongan nerviosos para que ellos mismos se descubran.
—¿Y la guardia? —preguntó Izzan—. Si es necesario entrar por la fuerza a alguna casa intervendrá.
—La guardia está de vuelta al cuartel, no sin antes haber pasado por las calles advirtiendo a todos para que se metan en las casas. Quiero que sepan que vamos a buscarlos —lanzó una mirada furibunda a cada uno de sus hombres— y a aplastarlos.
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