El ocaso de La Compañía (IV)

Rodeó los restos chamuscados de varias tiendas, sorteó un par de leños aún en llamas y dejó atrás los vestigios de lo que había sido el campamento. Notaba cómo todo su ser la acompañaba, la animaba; sentía cómo sus músculos se preparaban para darle todo su impulso, como si esa fuese la oportunidad que habían estado esperando desde que el combate había comenzado. Por un momento creyó sentir el ímpetu de un guerrero frente a una batalla decisiva; entonces su cuerpo se volvió de piedra, se helaron sus extremidades, enmudeció su arrojo.
Al salir a plaza abierta había vuelto a tener el ángulo suficiente para ver de nuevo a la figura encaramada en el tejado; el responsable sin duda de iniciar toda aquella carnicería. Estaba allí, en lo alto, vigilante. Portaba un arco, con seguridad el encargado de desatar el ataque, y una flecha. Arma y proyectil no estaban preparados para dispararse, aunque casi; parecía un cazador avezado a la espera de la presa más suculenta, esperando el momento justo para darle muerte. Y su mirada recaía directamente sobre Tokei.
Intentó gritar para ponerlo sobre aviso, pero de nuevo sus cuerdas bucales habían dejado de responderle. Trató de correr a su encuentro, mas sus movimientos se le hacían lentos y pesados, y la distancia que los separaba parecía ampliarse con cada paso. Pensó en arrojar una de sus dagas al tirador, sin embargo su mano torpe ni siquiera atinó a sacarla de su funda. Parecía como si todo ocurriese en tercera persona, con ella como un espectador de excepción que podía observar el transcurso de los acontecimientos con todo detalle, pero sin poder hacer nada por alterarlos.
Ajeno al riesgo que corría Tokei se centraba en evitar el peligro más directo que le procuraban sus atacantes. A pesar de que lo tenían rodeado hasta el momento había salido airoso de cada envite, e incluso había conseguido mermar su número.
Entonces pareció como si el tiempo se acelerase de pronto. Con una sucesión de golpes Tokei por fin logró liberarse del cerco al que lo habían sometido; y quedó momentáneamente en solitario. En ese preciso instante su mirada se encontró con otra que lo acechaba desde el tejado. Incluso ella pudo notar la rigidez del cruce, el desafío, la tensión máxima del enfrentamiento entre ambos; y tampoco le pasó desapercibido el tañer del arco declarando que la flecha había abandonado el regazo de su cuerda.
No sabía cómo había sido capaz de llegar a tiempo, pero lo había conseguido. En el momento justo para golpear con su hombro el de Tokei y desplazarlo lo suficiente como para evitar que el proyectil lo alcanzara. Aunque en realidad había llegado tarde. No para Tokei, al que había conseguido salvar; mas sí para ella. Un indescriptible dolor le explotó en el pecho y le arrebató todas las fuerzas. Ya no sentía el aire en su rostro por la carrera, ya no notaba la dureza del suelo bajo sus pies. El dolor la invadía desde dentro apagando todo lo demás.
«Al menos» se dijo mientras notaba su cuerpo caer a la par que su conciencia la abandonaba «he llegado a tiempo para salvarlo».

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