Debía ser ya noche cerrada cuando su puerta volvió a abrirse. De nuevo los dos informadores infiltrados, otra vez. En los últimos días había recibido demasiadas visitas de esos dos y ya estaba empezando a estar un poco harto de que se pasasen por allí tan a menudo, sobre todo si era para molestarlo con más problemas. Su labor era importante para tener controlada la ciudad, por lo que procuraba mantenerlos en secreto y, sobre todo, intentaba no dejarse llevar por la furia que le provocaban. Aunque cada vez tenía más dudas sobre la conveniencia de mantenerlos vivos y estaba más cerca de castigarlos por su inutilidad de una forma ejemplar.
—¿Qué? —inquirió, dejando claro en el tono que no se alegraba precisamente de verlos—. Más os vale tener un buen motivo para molestarme.
Los dos visitantes, luego de cerrar la puerta tras de sí, deslizaron sus capuchas y tomaron asiento en sendos taburetes que había al otro lado de la mesa, en la que Kran tenía desplegados varios planos y misivas de distintas índoles. Ambos intuían que estaban tentando la suerte demasiado, pero sólo hacían la labor que Kran les había encomendado; sabían que intentar ignorarla sólo podría resultarles en un mal mayor.
—Señor, parece que los mercenarios se están poniendo en marcha —dijo uno de ellos sin demasiada convicción.
Kran lo observó fijamente con su único ojo sano, taladrándolo con la mirada, viendo cómo una gota de sudor frío se deslizaba por su sien. Le gustaba sentir el miedo en los que se encontraban en su presencia. Por lo general esa superioridad le hacía mantener la serenidad, pero en esta ocasión eso no iba a ser suficiente. Hizo una mueca y se levantó con brusquedad de su silla.
—¿Te refieres a esos mercenarios que han contratado para darnos caza? —preguntó mientras comenzaba a rodear la mesa a paso lento—. ¿A esos que os mandé controlar? Cosa que no habéis sido capaces de hacer. ¿A esos que os mandé seguir y espiar? Lo cual tampoco habéis hecho bien.
En un arranque de cólera agarró una tercera banqueta desocupada y golpeó a su interlocutor con fuerza en el pecho, haciéndolo caer de espaldas. Luego dio un par de golpes airados en la mesa y acabó estrellándola contra la pared más cercana, donde se hizo añicos.
—¿Se refiere a esos? —gritó al segundo de los informadores mientras el primero intentaba incorporarse con un leve gemido de dolor.
—Sí... sí... señor —tartamudeó con indecisión—. Pero tenemos información de cuáles son sus planes, sabemos qué pretenden —continuó con rapidez antes de que Kran se planteara si hacerle algo peor que a su compañero.
Kran volvió a acomodarse en su asiento al otro lado de la mesa mientras el primero de sus confidentes conseguía recuperar su posición inicial, aguantando sin duda el dolor del fuerte golpe, y el segundo esperaba que sus palabras lo hubiesen sosegado un poco.
—Bien, entonces muchachos, ¿qué es lo que tenéis que contarme?
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