El Ojo de La Serpiente (IV)

Cinco años atrás había cometido su primer crimen, su primer asesinato. Pero no fue tanta la gravedad del delito en sí como de las circunstancias que se ocultaban detrás de él; detrás de su víctima. No fue un asesinato al azar, ni siquiera premeditado. Fue casi un acto de bondad, para evitar que se produjera un mal mucho mayor, para impedir que se llevara a cabo un acto mucho más despreciable.
Ninguno de los que lo juzgaron lo vio así, o ninguno quiso verlo. El dinero, la influencia y el poder de la familia de la víctima pesaron mucho más que su simple palabra. Si hubo algún testigo de los hechos no dio ningún testimonio a su favor, si hubo alguna evidencia que le diese alguna razón fue obviada; nunca existió posibilidad de salvación. Se le juzgó por el crimen que había cometido, su nombre fue ensuciado y su reputación mancillada; pero nada se supo de la verdad de lo ocurrido, nadie sufrió las consecuencias y nadie pagó por ello.
La pena fue excesiva y cruel para el delito que había perpetrado. Fue juzgado allí, en Ranavva, donde residían buena parte de los parientes del muerto. Allí donde, moviéndose por los salones del castillo del emperador, tejieron un castigo ejemplar: escarnio y apaleamiento público, palizas brutales mientras los guardias miraban para otro lado, tortura durante noches enteras... Nada parecía ser suficiente, la única preocupación de sus verdugos era mantenerlo con vida para poder infringirle más dolor.
Una mañana, después de incontables días de sufrimiento, había despertado en un sucio y destartalado carromato rodeado por otros cautivos. Al parecer ya se habían cansado de procurarle tormento diario y habían decidido que era mejor mandarlo a morir a un lugar que se encargaría de atormentarlo por ellos: las minas de carbón. En las excavaciones de La Gran Araña los que no perecían envenenados o sepultados en algún desprendimiento lo hacían antes o después debido al cansancio de interminables jornadas de trabajo. Era el lugar al que destinaban a los peores criminales sin posibilidad de redención.
Allí, rodeado de la escoria más despreciable, formando parte de ella, encontró una motivación, encontró a otros que habían sido silenciados por lo mismo que él, encontró a otros que compartían su misma ansia. Y El Destino, aliado con su afán, le brindó la posibilidad de cobrarse la deuda.
Un personaje siniestro y oscuro se presentó una noche en su celda y lo dejó escapar, no sin antes hablarle sobre la ubicación de una antigua mina junto a la capital, accesible mediante un túnel secreto. Una mina repleta de metales preciosos, con la que poder sufragar todos los gastos necesarios para su elaborado plan. Un lugar escondido desde donde formar una fuerza tal que le permitiese caer de lleno sobre los culpables de su desgracia.
Había vuelto a Ranavva, acompañado por otros que habían sufrido su misma suerte, oculto de aquellos que casi lo habían destruido. Había vuelto a por ellos, pero ya no había ningún rastro de bondad en él. Ahora buscaba venganza.

No hay comentarios :

Publicar un comentario