Traición

Yamiko se despertó de pronto, sobresaltada, había oído unos pasos que se acercaban, sentía el peligro. Se incorporó con rapidez, metió una mano bajo la almohada y la otra bajo el lateral del colchón en busca de sus...
—¡Ah!— suspiró. Un par de golpes tímidos resonaron en la puerta de la habitación.
—¿Sí? —musitó, no quería despertar a Mei.
—Yamiko, el señor desea hablar contigo en cuanto estés disponible —susurró el ama de llaves desde el otro lado de la puerta—. Te esperará en sus aposentos.
—De acuerdo, iré en un momento.
Mientras oía los pasos que se alejaban Yamiko respiró hondo para volver a relajarse. Aunque estaba en un lugar seguro y no tenía nada que temer aún se despertaba a veces alarmada por algún ruido. Al fin y al cabo había vivido durante mucho tiempo al borde del peligro, muchas habían sido las noches en las que había dormido atenta a cualquier sonido. Y eso ni siquiera el tiempo lo borra.
Se levantó despacio y comenzó a vestirse, quizás ese fuera su último día en el paraíso, y si no lo era no tardaría en llegar. Antes o después dejaría de disfrutar aquella vida que no le pertenecía y tendría que volver a vivir como lo que era, una konomi. En realidad no le preocupaba, al menos por ella, había madurado y no le importaba ser discriminada por lo que era, incluso se sentía orgullosa. Pero Mei... eso sí que le dolía.
Terminó de vestirse y abandonó en silencio el dormitorio; aún seguía intranquila, como si algo no marchase bien. No pudo evitar sentir una amarga sensación al cerrar la puerta tras de sí.
. . .
Drent esperaba con paciencia en su habitación, sentado con comodidad en un gran sillón. No había dormido en toda la noche y se sentía bastante cansado, ya estaba demasiado mayor para trasnochar. No era la primera vez que lo sorprendía la mañana sin haber conseguido conciliar el sueño, de hecho en los últimos días le había sucedido varias veces; pero ya había llegado el momento de resolver el problema, por eso había llamado a Yamiko.
Meditaba sobre si la decisión que había tomado era la adecuada. Mejor dicho, si había hecho lo correcto al dejar que su hijo Jilon dictaminase lo que se había de hacer. Su heredero pronto sería el dueño de la casa, así que lo mejor era dejar que él tomara partido en la resolución de los problemas. Aunque le hubiese gustado ya no había marcha atrás, la decisión estaba tomada y sólo quedaba hacer que sus consecuencias fueran las menos posibles. En unos minutos todo estaría resuelto.
Tres golpes suaves pero secos en la puerta rompieron el silencio. Sin esperar respuesta alguna la puerta se abrió, dando paso a Yamiko. Tras cerrarla de nuevo se acercó al sillón donde Drent se encontraba e inclinó la cabeza siguiendo el protocolo, para luego hincar una rodilla en el suelo y quedarse en posición de espera, aún con la mirada hacia el suelo. Había llegado el momento.

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