Yamiko y Mei (II)

Mei vivía con su madre en la propia casa del señor Drent, en una gran habitación sólo para ellas dos. Vivía con su madre, ya que su padre había muerto de unas fuertes fiebres poco antes de su nacimiento. Pero no se sentía sola, el señor Drent la trataba como a sus propias hijas y en Kiria y Less veía a dos hermanas mayores, a la par de compañeras de juego.
Su vida era fácil y cómoda, feliz. Jugaba durante toda la mañana correteando con sus hermanastras por toda la casa, burlando a sus cuidadoras y a veces al hermano mayor, Jilon, quien siempre estaba malhumorado y entraba en cólera cada vez que las veía trasteando en su estudio.
Después de la comida acompañaba a las gemelas en sus clases. El curandero del pueblo les enseñaba cómo encontrar remedios naturales a las más diversas enfermedades y cómo diferenciar entre los distintos tipos de hierba. Incluso un afamado médico amigo de la familia las instruía de vez en cuando en cómo curar heridas o fracturas. Para las gemelas todo aquello no era más que un juego, pero Mei hacía caso de lo que le decía su madre y se tomaba aquellas clases muy en serio.
Ya por la tarde, cuando el señor Drent acostumbraba a dar su paseo acompañado de Yamiko, a las gemelas se les permitía salir a una arboleda cercana a la casa, a la que a veces iban también durante sus clases en busca de las más diversas plantas. Pero en esas ocasiones no lo hacían para aprender, sino para jugar. Perdiéndose entre los árboles, escondiéndose una de la otra, trepando a las ramas más bajas. Sus cuidadoras gritaban detrás de ellas mientras tanto, pero las gemelas corrían sin parar.
Mei, por supuesto, iba con ellas, e incluso llegaba más lejos, ya que por su poco peso se encaramaba con facilidad a las ramas hasta alcanzar los primeros frutos, que lanzaba a las gemelas para luego comerlos entre todas. También era más ágil y rápida, nunca conseguían darle caza cuando empezaba a correr. Al final siempre acababan gritando «Hassha, ¿dónde estás?». Así la llamaba su madre, porque decía que cuando corría era tan veloz como una flecha.
Entre carreras y gritos transcurría la tarde, hasta que el señor Drent regresaba de su paseo y las tres se acercaban a saludarlo. Kiria y Lees lo abrazaban, mientras Mei se acercaba a Yamiko para que ésta le diese un beso en la mejilla. Tras esto las dos gemelas entraban con su padre en la casa y Yamiko se quedaba con Mei dando un paseo de nuevo hacia la cercana arboleda, donde a solas la instruía.
Yamiko intentaba ser una buena madre y era consciente de la juventud de Mei, pero sabía que estaban viviendo una vida que no les pertenecía. Quería que Mei estuviese lo mejor preparada posible cuando no tuviese más remedio que volver a vivir como lo que era, una konomi; así que todos los días intentaba enseñarle lo que mejor sabía hacer: sobrevivir.

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