El llanto de una niña (III)

La guarnición al completo y la mayoría de los habitantes del pueblo estaban reunidos en la plaza principal, justo delante de la casa del difunto. Aún no era noche cerrada pero la oscuridad era muy espesa y la mayoría de las antorchas estaban encendidas. Aquello era tarea de la guardia, como el capitán se había empeñado en remarcar, pero a la vista de la situación tuvo que dar su brazo a torcer y dejar que los aldeanos participasen en la búsqueda. Al fin y al cabo el señor Drent era querido por todos y, por otra parte, los pocos efectivos con los que contaba no serían suficientes para peinar los alrededores.
—¡Un poco de silencio por favor! —casi gritaba el capitán Yonas intentando acallar a la muchedumbre para dar instrucciones—. ¡Silencio!
Estaba en el centro mismo de la plaza, acompañado por el resto de la guardia y por un apesadumbrado pero a todas luces furioso Jilon. Por fin sus palabras tuvieron efecto y se hizo el silencio. Respiró hondo, era la tarea de mayor importancia que tendría que afrontar desde que había entrado en el cargo dos meses atrás; era el momento de acallar los rumores que había provocado el nombramiento debido a su juventud.
—No podemos perder más tiempo, hay que encontrar a la asesina o a su hija antes de que sea demasiado tarde, así que organizaremos varias partidas de búsqueda —comenzó alzando la voz para que se lo escuchase bien—. Se formarán grupos de unos diez de vosotros y dos de mis soldados o de la guardia personal del señor Jilon. Primero recorreremos el pueblo y registraréis incluso vuestras propias casas; luego saldremos a los alrededores, por caminos y arboledas. Si encontráis a la asesina dejad que los soldados la apresen, puede estar armada y no quiero más muertes.
En pocos minutos todo estuvo organizado, habría siete partidas de búsqueda que rastrearían la zona. La mayoría eran aldeanos, pero confiaba en sus soldados, todo saldría bien. Dio las últimas instrucciones antes de partir.
—Ahora partiremos, tened cuidado y sobre todo acatad las órdenes de mis soldados. Al amanecer nos reuniremos todos aquí de nuevo y quiero que algún grupo traiga a la asesina, viva o muerta. Y ahora ¡en marcha!
Sólo quedaron un par de soldados en la plaza y el hijo del asesinado, no quería dejarlo solo temiendo que fuese la próxima víctima; también había mandado a proteger a las dos gemelas, nada podía salir mal.
—Vamos Jilon, vendrás con nosotros, tenemos que dar caza a una asesina.
La plaza quedó vacía y silenciosa, mientras la oscuridad de la noche se cernía desde los tejados cercanos al alejarse las últimas antorchas.
La noche transcurrió. Primero se registraron casas y calles sin ningún indicio. Luego se buscaron rastros en los alrededores, pero con idéntico resultado. Las horas iban pasando y la desesperación y el cansancio iban creciendo. A veces se escuchaba algún sonido, algún crujir de ramas; pero sólo era otro de los grupos que buscaba en vano. Al cruzarse sólo una palabra: nada.
Llegó el amanecer y los grupos se dirigieron al lugar de reunión. Pero nadie llegó a entrar en la plaza. Todos quedaron paralizados por el horrendo espectáculo que allí los esperaba.

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