El llanto de una niña (IV)

Se despertó con tanta hambre que le dolía el estómago; pero no fue eso lo que hizo que abandonara el sueño. Tenía una sensación, una horrible y dolorosa sensación, como si algo malo hubiese ocurrido. Casi en el mismo instante en el que abrió los ojos ya estaba de pie, algo la impulsaba a salir de allí, tenía que bajar de aquel árbol como fuese, no le importaba la altura. Lo que sentía era más fuerte que el mismo miedo.
Sin ser aún del todo consciente de sus movimientos apartó la tela que tapaba la salida; la primera luz del día la recibió, estaba amaneciendo. Torpe y medio dormida comenzó el descenso, aferrándose a las ramas o a los salientes de la corteza como podía. Aquellas ramas medio resecas y aquella dura y áspera corteza le hacían daño en manos y pies, no sabía ni cómo ni por qué pero estaba descalza. El dolor era cada vez más fuerte, cada vez se agarraba con menos fuerza y, al final, resbaló.
Caía mientras la angustia la envolvía, casi se encogía esperando recibir el doloroso golpe cuando, de pronto, paró. Atónita miró alrededor y a la lejana copa del árbol donde poco antes había despertado. Estaba en el suelo sana y salva, la caída no había sido de tanta altura como creía y, además, la suave hierba había amortiguado el golpe. Le dolía la espalda, así como manos y pies por el descenso; pero eso no podría pararla. Se levantó y echó a correr.
En pocos minutos salió de la arboleda y siguió corriendo hacia la parte delantera de la casa. No sabía por qué iba hacia allí, pero sabía que tenía que hacerlo, y cuanto más rápido mejor. Mientras llegaba vio que algunos sirvientes habían salido de la casa y se dirigían al frente, cruzando los muros de la propiedad. Siguió corriendo hacia la salida, al llegar la sorprendió la cantidad de gente que allí había. No le importó, con la cabeza agachada comenzó a pasar entre ellos empujándolos y apartándolos como podía, nadie decía nada, nadie intentaba detenerla. De pronto se dio cuenta de que ya nadie le estorbaba y dejó de correr; bajo su pie derecho había un pañuelo con un bordado púrpura manchado de sangre, sintió que ya no tenía por qué correr más. Entonces, levantó la cabeza.
Lo que todos vieron allí era horripilante. En el suelo encharcado de sangre, inertes, yacían los cadáveres de varias criaturas de rasgos semihumanos pero que, aun después de muertas, causaban pavor. En el centro de la plaza, rompiendo el duro suelo de piedra, habían surgido tres largas estacas. Y allí, empalada y casi irreconocible estaba Yamiko.
Todos sintieron tal escalofrío que parecía que la sangre se les había congelado, sintieron tanto miedo que las rodillas les temblaron e incluso algunos cayeron al suelo. Pero hubo algo que les llegó mucho más adentro, al mismísimo corazón, que casi parecía que se les rompía: el llanto de una niña...
Fin del capítulo primero. Volver al índice >>

1 comentario :

  1. nadie sabe porque algunas cosas que hacemos y porque las hacemos. desde luego mei esto se te da genial, en idioma guildwareño /clap

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