Recuerdos

Diez años. Diez años habían pasado desde entonces. Diez años de soledad, mitigada a veces por una leve compañía, la del recuerdo. No había vuelto a llorar desde aquel fatídico día, ni una lágrima más se había escapado de sus ojos; pero no olvidaba, jamás olvidaría.
Durante cinco años siguió viviendo en Reigba. Casi todos la miraban mal, incluso los demás konomi; bastante difícil era ya su vida como para que además los relacionaran con la hija de una asesina. Pudo salir adelante y sobrevivir gracias a su madre. Gracias al empeño que ésta había puesto en que aprendiera a defenderse en un mundo hostil para ella. Gracias a las lecciones de aquellas tardes pasadas en la arboleda junto a la casa. Y gracias al amor que aún sentía por ella. Eso era, sobre todo, lo que la hacía esforzarse por seguir adelante, como a Yamiko le hubiese gustado.
En aquel pueblo para ella inhóspito sólo Yonas, aquel joven capitán de la guardia que intentó capturar a su madre, la trataba de forma diferente. No veía en ella a la hija de una konomi asesina, sino a una pobre niña huérfana que no tenía a nadie. Durante los primeros días, cuando ella no hablaba y apenas comía conmocionada aún por lo ocurrido, incluso la refugió en el cuartel. O, mejor dicho, ella permanecía inmóvil y casi sin dormir en una de las habitaciones de los soldados y él procuraba que comiese algo para que al menos no muriese de hambre.
Desde luego aquella caridad no era del agrado del resto del pueblo. Nadie aprobaba esa situación, ni siquiera los soldados que estaban a su cargo y lo conocían bien. No era apropiado que un capitán de la guardia, que ha de velar por la seguridad de todos, se dedique a cuidar a los hijos de los asesinos; o al menos era lo que todos pensaban. Yonas no lo veía así, no era más que una niña y, dijesen lo que dijesen, no iba a dejarla abandonada. De todas formas desde el primer día tuvo la sensación de que la estancia de Mei en el cuartel no iba a durar mucho tiempo.
Una mañana cuando, como ya casi era una costumbre para el joven capitán, se acercó a la habitación con un cuenco de comida, ella ya no estaba. No se extrañó demasiado, sabía que aquello ocurriría, lo había visto en su mirada. Lo único que esperaba era que volviese, y así fue.
Mei se había ido, no quería tener contacto con humanos "normales", y mucho menos con uno de los que habían acusado a su madre de asesina y habían intentado apresarla por ello. Pero el hambre era fuerte y, a veces, cuando estaba hambrienta y no encontraba nada que llevarse a la boca, acudía de nuevo en busca de Yonas. Sabía que siempre le brindaría cobijo y tendría para ella un plato caliente; al fin y al cabo era el único que no la había tratado con odio. Cuando, horas o días después, volvía a marcharse lo hacía volviendo la vista atrás; aunque le costara reconocerlo se sentía bien a su lado.

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