Recuerdos (II)

Pero llegó el día en el que se vio obligada a irse. Fue poco después de su decimoquinto cumpleaños. Hacía varios días que apenas había comido nada, así que, casi con cierta alegría, se acercó al centro del pueblo, donde estaba el cuartel. Como las otras veces, para pasar desapercibida había aguardado a la caída de la noche; pero al llegar al lugar no encontró la tranquilidad esperada. En los alrededores del cuartel el alboroto era mayor al habitual, parecía que había algún tipo de festejo; y así se lo demostró el estado de embriaguez de los soldados que encontró la puerta del edificio, donde a pesar de todo se decidió a entrar acuciada por el hambre. El hambre que, sin ella saberlo, iba a jugarle una mala pasada.
No sabía muy bien qué podría ser aquello, pero desde luego el número de soldados que encontró dentro superaba con creces la cantidad habitual en el pueblo, que al fin y al cabo era pequeño. Tenía que ser alguna especie de celebración, porque en las paredes colgaban estandartes y, contradiciendo la sobriedad habitual, el ambiente parecía bastante alegre. Le iba a resultar difícil encontrar a Yonas entre aquella algarabía, pero tenía que intentarlo. Durante un buen rato consiguió pasar de una habitación a otra sin que nadie notase su presencia, estaban demasiado ebrios como para percatarse de que había una adolescente fisgoneando. No encontró a Yonas, pero al final un grupo de soldados algo más sobrios, al frente del cual había otro de más edad que el resto de los que había visto, sí que se fijó en ella.
Al principio sólo la seguían de lejos y la intentaban animar para que se les acercase; pero, después de un par de minutos en los que creía haberlos perdido se vio acorralada. La rodearon sin que se diese cuenta y, mientras los demás impedían que se marchase, el más mayor la tomó entre sus brazos agarrándola con fuerza. Estaba asustada, pataleando; y las palabras lascivas que aquel soldado le decía al oído sólo hacían que el miedo fuese mayor y el pataleo más fuerte. Casi sin quererlo le propinó un rodillazo en el estómago lo bastante fuerte para que la soltase. De nuevo en el suelo se sintió más decidida, tenía que salir de allí. Aprovechando la risa de los soldados por la desgracia de su compañero consiguió romper el cerco con un par de codazos y salió corriendo.
Ya no le importaba pasar desapercibida, sólo quería escapar de allí. En su carrera tropezó con varios soldados ebrios, cayó alguna silla e incluso se subió en una mesa. A su paso unos se exaltaban, otros la insultaban sin más; pero lo que le preocupaba era otra cosa, alguien más corría, la estaban siguiendo. Cuando por fin salió a la calle siguió corriendo hasta alejarse unos metros antes de volver la vista atrás; y justo cuando lo hizo el soldado salió. Venia solo, y por su expresión bastante malhumorado, si la volvía a coger sería mucho peor. Mientras escuchaba sus gritos se lanzó a la carrera de nuevo.

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