El llanto de una niña

Al principio no hubo muchas dudas, todos coincidieron en pensar que Yamiko había sido la responsable del crimen. Al fin y al cabo las evidencias eran claras: la cadena con la insignia y la espada le pertenecían, era la última que había entrado en la habitación y los guardas podían confirmarlo; además, un cajón en apariencia oculto permanecía abierto en el viejo arcón que se encontraba a los pies de la cama del difunto. En ese cajón era donde precisamente, según había declarado Jilon consternado, Drent guardaba una bolsa de gemas obtenida como pago por uno de sus mejores trabajos años atrás.
Todo eran evidencias en contra de Yamiko. No había ningún indicio que pudiera hacer pensar en su inocencia, aunque les costara creerlo; no en vano casi todos los habitantes de la casa la conocían y sabían que en el pasado le había salvado la vida a su señor. Desde luego nada de aquello tenía sentido, de haberlo querido así habría sido más lógico que el asesinato se hubiese producido en uno de los paseos diarios, donde ambos se encontraban a solas, y no dentro de la casa asumiendo un riesgo tan alto.
Lo que en un primer instante era algo certero ya no lo era tanto; las dudas empezaron a surgir cuando el desconcierto de los primeros momentos se fue diluyendo y se empezaron a lanzar las primeras hipótesis entre los presentes. En ese instante los dos guardias que velaban la puerta de la habitación, rehaciéndose de su fracaso en proteger la vida de su señor, procuraron poner algo de orden. La estancia quedó vacía, las dos niñas fueron puestas al cargo de varios criados y otro de ellos partió al encuentro de la guarnición del pueblo.
. . .
Reunidos varios sirvientes, mientras los soldados que habían acudido intentaban obtener algo de información de sus nerviosas palabras para esclarecer el asunto, uno de ellos lanzó una pregunta que resumía lo que todos empezaban a pensar.
—Pero, ¿por qué iba a hacer Yamiko algo así? El señor Drent la quería y la trataba como a una hija, y ella lo apreciaba como a un padre.
En vista del silencio que produjeron sus palabras el sirviente, un jovenzuelo que la conocía bien e incluso la miraba con buenos ojos, continuó.
—No tiene sentido, Yamiko era como de la familia. ¿Alguien cree que tenía algún motivo para hacerlo?
La duda se estaba volviendo más consistente y empezaba a inundar el ambiente. Quien sí parecía tener claro todo aquello era Jilon, que desde que había llegado la guardia había permanecido algo apartado y en silencio, tanto que los soldados aún no se habían percatado de su presencia. Saliendo de su mutismo no tardó en desvelar algo que los demás desconocían.
—Sí hay un motivo —las primeras palabras fueron graves y retumbaron en las mentes de los asistentes como el eco en una gruta, denotando la furia que había estado conteniendo—. Mi padre la mandó llamar esta mañana para cesarla de su puesto y decirle que tenía que marcharse. ¡Y ella como pago, lo asesinó!

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