Buscando un hogar (II)

Consumió la poca tinta que impregnaba aún la pluma perfilando el último de los símbolos; había terminado. Mantuvo la cuartilla alzada mientras se secaba la tinta y luego la guardó con las demás en el pequeño macuto en el que llevaba sus pertenencias. Prácticamente había finalizado el trabajo; sólo le quedaba la última parte, pero antes buscaría un lugar adecuado. Guardó la pluma y el tintero con cuidado de no mancharse en una pequeña bolsa que tenía amarrada a la cintura y se puso en pie para estirar los músculos antes de bajar. Mientras lo hacía le pareció ver un arbusto que se movía, justo antes de que un conejo saliese husmeando hacia un pequeño montón de hierba.
—Bien bien, ya tengo desayuno —susurró entre dientes, como queriendo evitar que su presa se enterase.
Mei se quedó observando con tranquilidad mientras el conejo se acercaba poco a poco, desconfiado, a lo que ella sabía que sería su final. No en vano había hecho muchos trayectos a través de bosque, sabía que un buen puñado de hierba fresca era algo a lo que un pequeño herbívoro hambriento tras una larga noche no podía resistirse; o, lo que es lo mismo, la trampa perfecta. Esperó con calma mientras el conejo se comía cada brizna y lo vio volver a esconderse en el arbusto del que había salido. Era el momento de servirse el desayuno.
Se descolgó con cuidado de varias ramas y luego descendió agarrándose a los salientes de la áspera corteza del árbol hasta saltar al suelo cuando ya lo tenía cerca. Después de palmearse un poco la ropa con la vaga esperanza de conseguir quitarle algo de suciedad se encaminó hacia el lugar donde había visto al conejo. Introdujo la mano en el arbusto y, tras tantear un poco, sacó al adormecido animalito.
—Amigo mío, lo siento por ti pero tú ya has comido, ahora me toca a mí —dijo mirando al conejo a los ojos mientras lo sostenía en alto.
Era extraño cómo le resultaba más fácil hablarles a los animales, incluso a los que iban a servirle de comida, que a las otras personas. Quizá fuese porque sabía que ellos sólo estaban ahí, no iban a reprocharle nada, fuese quien fuese e hiciese lo que hiciese.
El conejo estaría adormecido durante un buen rato después de lo que había comido, así que en vez de matarlo allí prefirió andar un poco en busca de algún arroyuelo donde poder desollarlo y despedazarlo con más facilidad; era preferible aguantar el hambre y dar un paseo a mancharse la ropa de sangre y atraer a los depredadores del bosque. Años atrás, cuando su madre insistía tanto en que prestase atención a las clases de aquel curandero, no imaginaba ni por asomo que pudiesen serle de utilidad para conseguir comida en un futuro.
Mientras su mente divagaba por aquellas clases, en las que aprendió a hacer fáciles pero útiles mezclas usando sólo lo que la naturaleza le proporcionaba, comenzó a escuchar el fluir de una corriente de agua. Aligeró el paso, pues estaba hambrienta.

No hay comentarios :

Publicar un comentario