Buscando un hogar

Un deslumbrante rayo de sol la despertó, sentada como estaba, en una de las ramas altas de un gran árbol.
—Vaya, parece que me he quedado dormida —dijo en voz baja hablando consigo misma—. Al menos hoy no he tenido ninguna pesadilla y he podido descansar... bien; todo lo bien que se puede en lo alto de un árbol claro... suerte que pronto llegaré.
Abrió y cerró varias veces los ojos hasta que se acostumbraron a la luz, luego entornó la cabeza hacia abajo, hacia la rama donde estaba sentada. Por suerte al quedarse dormida no había caído nada al suelo; allí estaban la pluma y el tintero, y en su regazo la última cuartilla donde había estado escribiendo la tarde anterior.
Dedicó un par de vistazos al mugriento papel. Los últimos trazos eran irregulares y los símbolos finales no estaban bien dibujados, con toda seguridad era porque había estado escribiendo hasta casi el anochecer sin ninguna luz aparte de la del ocaso. Pero tampoco importaba, no creía que nadie supiese interpretar esos signos, ni siquiera sabía cómo ella era capaz de escribirlos y leerlos. Dejó el papel sobre sus piernas, que había cruzado, y cogió el frasco con la pluma. La primera impresión que daba era que la mezcla se había secado irremediablemente después de toda la noche al aire, pero después de un par de tirones consiguió sacar el cálamo húmedo. Quedaba aún un poco de tinta al fondo del recipiente, lo suficiente para terminar. Dejó el tintero a un lado y, tras inclinarse un poco hacia adelante, continuó escribiendo lo que no había podido terminar la víspera, su historia.
Poco más le quedaba por relatar, al menos poco importante. Después de huir de Reigba había vagabundeado sin rumbo durante varios días, sobreviviendo con las frutas que podía coger de los árboles, hasta que había llegado a una pequeña aldea. Pero nada la ataba allí, permaneció un tiempo y luego se marchó; al igual que lo hizo de los siguientes lugares donde estuvo. No tenía nada ni a nadie, nada la ligaba a ningún sitio. Fue pasando por pueblos y ciudades, quedándose algún tiempo en cada uno de ellos, pero siempre sola, aislada, separada de los demás. Unas veces había subsistido mejor, otras peor; viéndose en ocasiones obligada a robar para no morir de hambre. Había dormido con comodidad en un pajar o a cielo descubierto mientras llovía, había pasado frío y calor, había enfermado y sanado; pero sola, siempre sola.
Y así había transcurrido su vida hasta unos días atrás, cuando se había dado cuenta de que no podía seguir sola, de que no quería seguir sola. Había decidido poner rumbo a la capital, de la que se encontraba a pocos días de camino, y empezar allí una nueva vida, sin pasado, sin soledad. Nada en particular había motivado aquella decisión, pero a la vez todo. Todo lo que hacía le recordaba que estaba sola; y siempre que recordaba que estaba sola recordaba el porqué. Era algo que debía dejar atrás; no quería olvidar lo sucedido, pero tampoco quería seguir cargando con ello a sus espaldas cada día. Era tiempo de volver a vivir.

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