Durante unos instantes sólo se escuchó el gorgoteo de la vida que se le escapaba al pobre infeliz que tenía delante; mientras la ira de sus ojos, que aún la miraban, se apagaba poco a poco. Ahora sólo el silencio; el silencio y su respiración. Agitada por el miedo, por lo que acababa de ocurrir y por lo que ello le evocaba. Por lo que había pasado la última vez que vio a alguien muerto. Por esos recuerdos, amargos y aún demasiado recientes.
Haciendo acopio de valor y fuerzas se levantó. Estaba claro que alguien había disparado aquella flecha, pero se resistía a mirar. No sabía quién había sido, y tenía miedo de saberlo. Todo lo que estaba pasando aquella noche era demasiado para ella. Toda la seguridad en sí misma que había adquirido en los últimos años de vida en solitario se había esfumado de un plumazo. Se sentía sola, abandonada, perdida. Las lágrimas pugnaban de nuevo por brotar después de tanto tiempo. Pero no, ahora no podía dejarse llevar, no era el momento de venirse abajo. Apretó los puños y apartó con el pie el cuchillo de su atacante, que estaba clavado en el suelo frente a ella.
Tras un par de pasos pudo ver que de hecho había alguien abajo, portando un arco en la mano derecha. No acertaba a verle la cara, la noche estaba ya demasiado oscura como para distinguirlo con claridad desde aquella altura. Fuese quien fuese acababa de salvarle la vida y estaba allí inmóvil, esperándola. Además, por el pueblo se veían luces moviéndose; sin duda eran antorchas o candiles. Lo más seguro era que estuviesen buscando a alguien y era mejor que no la encontrasen a ella, sería mejor que bajase rápido. Se agachó para asir la escalera y comenzó el descenso.
Al fin, con las piernas aún temblorosas, puso los pies en el suelo. Por un momento dudó, no sabía si sería mejor volverse o salir corriendo hacia el bosque sin ni siquiera mirar atrás. Pero, si había sido capaz de atravesarle el cuello al soldado desde el suelo en aquella casi completa oscuridad, sin duda podría acertarle a ella en plena carrera. No le gustaba nada aquella sensación de inseguridad que se apoderaba de ella. Entonces escuchó un ruido que la sobresaltó y, sin poder evitarlo, se giró movida por la sorpresa.
Por primera vez en aquella noche sintió alegría; tanta que no pudo contener una pequeña sonrisa, en parte también de alivio. Allí estaba Yonas, a unos pocos metros frente a ella. Había dejado caer el arco y permanecía quieto y serio, como si no quisiese que nadie advirtiese su presencia. En aquel momento se percató, no estaba sola. No había estado sola en los últimos cinco años, Yonas siempre había estado ahí cada vez que lo había necesitado. Él la había cuidado. Ahora se daba cuenta, había sido siempre muy fría con él; ni siquiera le había dedicado una palabra de gratitud. Pero ahora no, ahora sólo quería acercarse y abrazarlo; darle las gracias por todo lo que había hecho por ella.
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