Una extraña conocida (II)

En un acto reflejo Mei se giró con brusquedad quedando cara a cara con una figura que, varios pasos atrás, avanzaba con calma hacia ella.
—¿Ocurre algo jovencita? —dijo la anciana sorprendida por lo inesperado de su reacción.
—Eh, no nada nada, sólo que me ha extrañado encontrar a alguien de repente a estas horas, sobre todo siendo mayor como usted —respondió Mei intentando ocultar sus dudas, consciente de que lo más seguro era que la anciana la hubiese descubierto apareciendo desde el bosque e intentando desviar la conversación.
—Ah bueno, hija mía, mis piernas ya no son tan ágiles como antes y no camino muy rápido. Salí a recoger unas flores a un río cercano y el camino se me hizo más largo de lo esperado.
La anciana siguió andando. Mei se aseguró de tener bien puesta la capucha; no quería descubrir sus facciones, sabía que la gente de más edad solía ser la más propensa a no aceptar a los suyos.
Cuando ya estuvo un poco más cerca pudo observarla mejor. Se trataba de una mujer bastante mayor, las arrugas en su cara así lo evidenciaban. Caminaba encorvada sin duda debido a los achaques de la edad, pero no a un paso tan lento como podría esperarse. En la mano derecha llevaba una rama que usaba a modo de bastón para ayudarse a caminar; en la izquierda un pequeño saco del que sobresalían un par de capullos en flor.
—Bueno jovencita —dijo la anciana al alcanzarla echando una mirada de soslayo a su rostro de la que Mei se percató; aun a pesar de la capucha estaba segura de que había advertido sus facciones—. Supongo que no tendrás reparo en acompañar a esta vieja por el sendero hasta la entrada de la ciudad.
—Cómo no señora, ya es noche cerrada y cualquier compañía por los caminos es bien recibida —contestó Mei con disimulo.
—Además, seguro que los guardias no preguntan mucho si vas conmigo, ya me conocen. Ya se sabe, son demasiado insistentes con los extranjeros, y a estas horas lo que menos apetece es responder a preguntas —alzó el bastón hacia delante indicando el camino y comenzaron a andar.
—Cierto, ahora sólo me apetece descansar.
Caminaron con paso calmado dirigiéndose a la entrada de la capital. Mientras, Mei pensaba en la suerte que había tenido al toparse con aquella anciana. Parecía un poco extraña, pero al menos le brindaría la posibilidad de entrar en la ciudad. Además, estaba segura de que se había percatado de que ella era una konomi, y no había dicho nada al respecto. Si aquello le hubiese sucedido sólo unos días antes habría desconfiado, pero ahora se esforzaba en no juzgar negativamente las intenciones de los demás; era sólo una viejecita, no había nada malo en ella, lo notaba en su mirada.
Al llegar a la puerta uno de los guardias se acercó a preguntar.
—Abuela, ¿otra vez por los caminos a estas horas? ¿Cuándo aprenderá usted que sólo puede encontrarse ladrones y gente de esa calaña? —en ese punto miró con descaro hacia Mei.
—Tranquilo —contestó la anciana—. Es mi sobrina, que viene desde Gozz y la he esperado a la entrada del bosque.
—Bien bien, pasad entonces antes de se que haga más tarde.

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