Baile de sombras

—¡Vamos Dania! —el pequeño Thom daba tirones del brazo a su hermana mayor, impaciente porque ésta terminase de mesarse el pelo—. ¡Vamos Dania o llegaremos tarde! ¡Mama!, ¿por qué no puedes venir conmigo?, Dania es muy lenta y seguro que llegamos tarde.
—Thom, aún falta media hora para que empiece —tuvo que intervenir la madre con voz conciliadora—. Deja a tu hermana tranquila hasta que termine o seguro que sí vais a llegar tarde. Y no, ya te he dicho que no puedo llevarte —anticipó al ver el gesto de su hijo, que se aprestaba a volverlo a preguntar—, tengo que quedarme con tu hermano pequeño. Así que ten un poco más de paciencia.
—Está bien —refunfuñó finalmente el pequeño.
No era esa una estampa inusual aquella tarde en la pequeña ciudad de Sanqua, todo lo contrario. Unos días antes había llegado un extraño viajero que, aun no teniendo dinero para pagar la estancia, se había alojado en la posada más cara de toda la ciudad. No es que pretendiese escabullirse sin pagar, o robar a alguno de los ricachones que se paseaban jactándose por las calles, sino que había ofrecido al posadero otra forma de pago. Aquel desconocido se había comprometido a representar un teatro de sombras.
En un par de días la noticia había pasado de boca en boca y pocos eran los que no se habían enterado. Casi todos los niños y bastantes adultos estaban deseando asistir al evento; y no era para menos, nunca antes habían presenciado nada igual. Tiempo atrás el arte de modelar las sombras había sido bastante conocido, pero con el paso de los años dicha sabiduría se había perdido y ahora pocos eran los capaces siquiera de preparar los ingredientes para encender la llama que iluminaba la escena y les daba vida.
Había llegado por fin el momento esperado. El salón principal de la posada estaba decorado con todas sus galas. Las puertas estaban cerradas a petición del extraño viajante mientras preparaba la actuación. En los exteriores del local la gente se agolpaba a la espera de poder entrar; niños y no tan niños, todos estaban expectantes. De pronto las puertas se abrieron y empezaron a entrar en el gran salón, repleto de sillas y cojines para que hubiese sitio para todos. En un extremo del recinto había una gran cortina de lado a lado, ocultando al artista.
Cuando todos estuvieron acomodados los empleados de la posada se encargaron de apagar las luces y cerrar las puertas. Por último, sólo iluminados por un par de velas, descorrieron la gran cortina y se sentaron entre los demás, apagando las velas que portaban; todo quedó a oscuras.
Tras un par de minutos se escucharon varios chasquidos y una lumbre prendió. En aquel extremo de la habitación había una tela colgando desde el techo hasta el suelo, separada un par de metros de la pared. A ambos lados de la tela había sendos biombos que impedían ver nada desde los laterales. Y tras la tela se veía el refulgir de la llama. El silencio era absoluto, el espectáculo iba a comenzar.
Una voz cavernosa y profunda rompió el silencio, haciendo que a todos se les pusiesen los vellos de punta.

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