Furia (II)

El sabor a sangre le inundaba el paladar. Consiguió aguantar una arcada repentina, pero no pudo evitar que una gota se le escapase por la comisura de los labios, tiñendo levemente de rojo el húmedo y empedrado suelo. El extraño que tenía al lado decía algo, aunque no lo escuchaba. Estaba como aletargado, aturdido... parecía que un grueso velo lo separaba del exterior; mas a la vez estaba despierto, consciente, lúcido... todo transcurría con lentitud, como si el tiempo dependiese de sus actos y no él de su paso irremediable.
Sabía lo que estaba ocurriendo, intuía qué pasaba y qué se avecinaba; pero no por ello dejaba de temerlo. No era como la primera vez, cuando ni siquiera entendía el porqué, cuando no era capaz de controlar sus actos. Sin embargo tampoco era como las otras veces, cuando lo había hecho de forma intencionada, en plenas facultades y con perfecto dominio de sí mismo. Estaba herido de gravedad, casi al borde del desmayo a causa de la sangre que había perdido; notaba cómo poco a poco perdía el control sin poder evitarlo. «No puedes darte por vencido» repetía con insistencia una voz en su mente; «demuestra que eres capaz de luchar, ¡cumple lo que prometiste!». Sacudió la cabeza mientras instaba al desconocido a marcharse de allí lo antes posible. No se daría por vencido sin plantar cara.
Apretando los dientes alzó la vista para mirar fijamente a los ojos de la criatura; estaba allí, esperándolo, desafiándolo, saboreando nueva sangre que derramar. Se levantó, al principio haciendo un gran esfuerzo, al final casi sin trabajo alguno. Se sentía ahora mucho mejor: ya no le dolía tanto la herida, de hecho parecía estar sanando con rapidez. El amargo sabor a sangre que permanecía en su boca empezó a disiparse o, mejor dicho, fue tornándose dulce y agradable. La abultada capa que llevaba comenzó a estorbarle; se desprendió de ella ya sin ninguna dificultad. A continuación con un rápido gesto desenfundó su katana, regalo póstumo de su maestro, y ajustó la funda a su cinto.
Primero un dolor lacerante y luego una sensación de frío se le comenzaron a extender desde la mano izquierda al resto del brazo; sin embargo no fue como las otras veces, no paró cuando creía que iba a hacerlo. La quemazón le recorrió toda la extremidad, luego el hombro y por último parte de la cara; una punzada en el ojo izquierdo incluso lo hizo encorvarse un poco. Por un momento sintió miedo, no sabía si podría controlar la situación; no obstante ya no había vuelta atrás, no la habría si no conseguía hacerlo.
El dolor pasó, quedando sólo el frío, una gélida pero extrañamente agradable sensación. Ante él todo permanecía igual, el transcurrir del tiempo se aceleró de nuevo, recobrando su velocidad normal. Justo en ese momento el desconocido que tenía delante se disponía a arremeter contra la criatura; lo interrumpió con unas palabras en las que ni siquiera reconoció su propia voz. Aunque aquello no le importó, sólo una cosa le preocupaba en ese momento, sólo un pensamiento rondaba por su cabeza, sólo una palabra: ¡sangre!

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