El regalo de cumpleaños

Se despabiló descansada, como si hubiese dormido una eternidad. No la había desvelado la luz del sol que se colaba entre las hojas, ni el frío de la mañana helándole los huesos, ni siquiera un sonido inesperado la había sobresaltado. Sólo se había despertado, tranquila y sin preocupaciones. Por primera vez en mucho tiempo había dormido en una cama, cómoda y abrigada, no encaramada en las ramas de un árbol o bajo cualquier saliente que la protegiese algo del aire.
A juzgar por cómo entraba la luz por el hueco de la pared la mañana estaba bastante avanzada. Prueba de ello eran los ruidos provocados posiblemente por las ruedas de los carromatos que cruzaban la empedrada calle. También resonaban las voces de los tenderos y tenderas que de seguro se reunían alrededor de la plazuela intentando vender cada uno su mercancía. Pero nada de eso la había sacado de su plácido sueño, nada la había despertado aquella vez, nada...
Entonces, como un vago recuerdo perdido en el tiempo, vino a su memoria lo ocurrido aquella misma noche. Aquella figura que había aparecido de pronto y la había sobresaltado. Aquella voz desconocida, pero a la vez familiar. No conseguía evocar apenas detalle alguno, parecía como si el recuerdo pugnase por borrarse de su mente. Ni la forma exacta de la silueta, ni los rasgos de la cara, ni el color de sus ropas... Lo único que recordaba con nitidez era que al entrar en la habitación había pronunciado unas palabras de un lenguaje desconocido para ella, y que habían resonado con un extraño eco metálico. Lo siguiente que ocupaba su memoria era el tranquilo despertar de varios minutos atrás.
Estaba comenzando a pensar que no era más que otro de los extraños sueños que de vez en cuando la asaltaban durante la noche cuando, al moverse un poco, se percató de que había algo sobre la cama, junto a su pierna. Se incorporó con rapidez para ver como, efectivamente, había un paquete envuelto con cuidado en una tela oscura, acompañado de una nota. Alargando el brazo la cogió, para ver que decía: "No abrir antes de media noche".
No tuvo tiempo de pararse a pensar ni el porqué de aquella visita, ni el motivo de la aparición de aquel paquete, ni el posible contenido del mismo. De pronto comenzó a escucharse un ruidoso zapateo procedente de las escaleras que llevaban a la planta donde estaba la habitación y, a continuación, del pasillo que daba a la puerta. Sin tiempo para pensar otra cosa lo primero que hizo fue coger el bulto y ocultarlo debajo de la camastro, lo segundo cubrirse con la manta como si aún siguiese dormida.
Los pasos llegaron a la entrada del dormitorio; pero no cesó el zapateo, más claqueteos se acercaban mientras Mei esperaba arropada en la cama. Las pisadas eran demasiado livianas, así que había descartado que pudiesen ser soldados que viniesen a por ella, por eso estaba más intrigada que intranquila. Entonces recordó la alusión a "mis niños" que había hecho la anciana al entrar en la casa la noche anterior. Sin duda serían esos niños los que estaban al otro lado de la puerta; y pronto lo comprobaría, ya que ésta comenzaba a abrirse.

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