La despedida

El poco aceite que quedaba en el candil, con el que había iluminado el camino hasta la habitación, se había consumido hacía tiempo. Iluminada ahora sólo por la tenue luz de luna que se colaba por el hueco de la pared, Mei permanecía aún sentada en la cama, mirando fijamente el trozo de pergamino. En su cabeza las tres palabras en él escritas resonaban una y otra vez, como el eco que se repite hasta la saciedad en una gruta amplia y vacía. Muchas preguntas le venían a la mente, pero pocas respuestas. Aquella mujer que había entrado por la noche en su habitación parecía conocerla demasiado bien, sin embargo no sabía de ella lo más mínimo.
Se levantó y se dirigió hacia el muro semiderruido para observar el exterior y así intentar alejarse de los otros pensamientos; franqueó la parte más baja que quedaba en pie y salió al tejado. Al margen de la zona trasera de la techumbre apenas se veía nada más, sólo las viviendas anexas por ese lado y más allá de las mismas una calle donde una luz se movía con lentitud, seguramente proveniente de algún guardia que vigilara los alrededores. Las antorchas que de seguro alumbraban la plaza no alcanzaban hasta allí, ya que al estar al extremo opuesto la propia casa hacía sombra; sólo la iluminación nocturna permitía distinguir los contornos de la noche.
Casi por instinto esperó sin moverse hasta que la luz de la otra avenida se alejó; estaba acostumbrada a no dejarse ver más de lo necesario, y hasta ese momento no se sintió lo bastante a gusto como para observar con detenimiento alrededor. Entonces, al separarse de la salida y dar varios pasos, comprendió cómo aquella desconocida había llegado con tanta facilidad a su habitación: por uno de los laterales de la casa pasaba un estrecho callejón que iba desde la plaza a la calle por donde había pasado la patrulla. En la parte central el mismo era aún más estrecho, ya que había una docena de balas de paja apiladas que hacían que el paso fuera muy dificultoso, pero que subirse en ellas y luego al tejado fuese algo fácil. Como había varias vías cercanas esta calleja sería poco transitada y, como precisamente por la plaza pasaban numerosos carromatos, no era difícil suponer que se había convertido en un lugar donde mantener algo de pasto fresco para las reses o los equinos que tiraban de ellos.
No le cabía duda, su inesperada visita se habría adentrado por el callejón y, al amparo de la oscuridad de la noche, habría subido al tejado con ayuda de las balas de paja. Seguía sin saber quién era, pero al menos sabía cómo había llegado hasta ella. Pero, ¿por qué? En ese momento, mientras se repetía la pregunta una y otra vez, vio algo más. No fue en el tejado, ni en la calleja, sino dentro de la habitación, entre la cama y la pared. Entró con rapidez y cogió un sobre, estaba lacrado y en él, escritas con una caligrafía que no tardó en reconocer, había un par de palabras: "De Yamiko".

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