Dagas gemelas

A pesar de que no había podido conciliar el sueño hasta altas horas de la noche los primeros rayos de sol la habían encontrado ya despierta. Las palabras de Crisannia le habían desvelado algunas incógnitas sobre su madre, pero al precio de crearle muchas más. Y algo le decía que muchas otras preguntas le surgirían y algunas respuestas encontraría en las siguientes visitas de la misteriosa amiga de su madre.
Permanecía aún, varias horas después de haberse despertado, sentada en la cama con las piernas cruzadas. Sus pensamientos divagaban, cómo no, por el mismo camino que en las últimas horas. Pero no meditaba acerca de lo ocurrido a su madre, seguro que tenía más oportunidades de hablar con Crisannia y esta le aclararía más las cosas; sino que reflexionaba sobre qué había pretendido Yamiko haciendo que todo aquello ocurriese justo en su vigésimo cumpleaños. En cuál era el significado y la importancia del paquete que le había hecho llegar.
Se levantó para estirar un poco las piernas, que ya tenía adormecidas de tanto tiempo sentada. Se asomó hacia afuera para observar el contraste de paisajes respecto a la casi total oscuridad de la víspera y volvió a dirigirse a la cama. Allí, a punto de caerse por sus movimientos durante la noche, seguía estando su "regalo".
La ropa estaba arrugada, así que la extendió con cuidado sobre la cama, para luego observarla con detenimiento. Lo que al principio le había parecido una simple tela para envolver el paquete en realidad era una capa, provista de una gran capucha que sin duda serviría para ocultar con creces su rostro. Aparte de eso la indumentaria que ya había visto de forma somera la noche anterior: unos pantalones, un chaleco, unos guantes y unas finas botas. Todo el conjunto era de color y estilo similares, parecía formar parte de algún tipo de uniforme.
Su mirada se detuvo sobre las dagas, que permanecían aún guardadas. Las tomó para verlas y escuchó un extraño sonido dentro de las fundas, como el tintineo de varias piezas de metal al chocar entre sí. Las extrajo y comprendió el porqué del sonido: estaban rotas en varios pedazos. Como ya parecía que se estaba convirtiendo en costumbre, una pequeña nota se desprendió del interior junto a los trozos. No tenía la misma caligrafía que la carta de Yamiko, era mucho más hosca y sencilla. "Visita al viejo herrero Hottai" decía.
Más que la nota, que casi ni le sorprendía, lo que llamó su atención fueron los pedazos de metal que otrora formasen las hojas de las dagas. Los había puesto sobre la cama al sacarlos de las fundas y, al destellar en ellos la luz del sol que entraba por la pared, el reflejo de unos crípticos símbolos se descubría. No tuvo tiempo de mirarlos con detenimiento cuando unos fuertes golpes se escucharon en la puerta de la casa, seguidos de una voz bronca.
—¡Vieja, abre la puerta si no quieres que la eche abajo!
Sin pensárselo dos veces Mei guardó las dagas junto a las ropas, tomó su viejo macuto y salió con rapidez de la habitación.

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