Permanecía aún con la mirada perdida, observando la techumbre de buena parte de la ciudad, cuando escuchó un leve roce de ropas en el otro extremo del tejado. No se sobresaltó, ni siquiera se volvió; tenía la certeza de saber quién era.
—Crisannia —dijo con tono calmado—, ¿olvidaste dejarme algo más y has venido a traérmelo?
—No es mi costumbre olvidar nada, simplemente suelo omitir lo que no es conveniente recordar —respondió la misma voz que la había despertado la noche antes.
Por fin Mei giró la cabeza. A varios metros de ella una figura se hallaba apoyada en la pared con los brazos cruzados. Llevaba lo que parecía una toga con una capucha, sin duda más para proteger su identidad que para protegerse a sí misma del frío de la noche. Tras unos segundos de silencio volvió a dirigir la mirada hacia el frente.
—No sé lo que había escrito en esa nota —dijo Crisannia tras haberse sentado de espaldas a la pared—, pero supongo que después de leerla tendrás algunas preguntas.
Desde que había leído la carta un sentimiento de ira había comenzado a crecer dentro de Mei. Ira por la muerte de su madre y por las circunstancias que parecían haberla rodeado. Ira por la forma en la que Yamiko aceptaba su destino sin intentar cambiarlo. Ira hacia aquella amiga que de pronto había aparecido de la nada.
—Sí, hay una para la que no tengo contestación —contestó Mei, por fin—. Me la repito una y otra vez intentando darle una buena respuesta; procuro buscar una explicación creíble, pero no lo consigo. Si mi madre confiaba en ti ciegamente, ¿por qué no hiciste nada por evitarlo? ¿Por qué no impediste que hiciera lo que hizo? ¿Por qué no la ayudaste cuando lo necesitaba? —se percató de que había subido el tono de voz más de lo recomendable dadas las horas y el lugar; de que la estaba culpando sin ni siquiera saber cuál había sido su participación en lo ocurrido. Tratando de suavizar el tono volvió a repetir la pregunta—. ¿Por qué?
Crisannia se volvió a incorporar y dio varios pasos hacia el frente, hasta llegar al borde del tejado. En ese instante Mei se percató de que podría saltar, marcharse y perderse para siempre; y con ella quizás la única oportunidad de saber algo más sobre su madre.
—¡Espera Crisannia! —dijo poniéndose en pie con rapidez—. No quería ofenderte, comprende que, aunque sea después de diez años, el recuerdo de lo ocurrido me sigue doliendo. No te marches, no ahora que me has encontrado; eres la única que puede decirme lo que le ocurrió de verdad a mi madre. Por favor.
Aunque Mei no podía percibirlo una sonrisa se había perfilado en los labios de Crisannia.
—Eres igual de impulsiva que tu madre; así que tranquila, no pensaba marcharme. Le hice una promesa a Yamiko y la pienso cumplir; además, aunque ni siquiera me recuerdes sigues siendo mi ahijada.
—Entonces, ¿qué ocurrió? ¿Quién le hizo eso a mi madre? ¿Por qué?
—No seas impaciente, poco a poco. Primero será mejor entrar en la habitación, aquí podrían vernos —sentenció mientras deshacía los pasos y entraba en la casa.
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