Dagas gemelas (III)

—¡No por favor! ¿Qué va a hacer con esa espada? ¡No le haga daño!
Los gritos frenéticos de la Abuela eran cada vez más fuertes y desesperados. El temor se reflejaba en su rostro como el sol en una tranquila charca en un día despejado mientras la espada se alzaba amenazante sobre Evven. Este sin embargo permanecía en silencio con la cabeza gacha, como aceptando un merecido castigo, a sabiendas de que revelarse sólo resultaría en un mal aún mayor.
—¡Ja ja ja! —la fuerte risotada resonó incluso por encima de los gritos de la anciana—. Ahora tendrá su merecido; seguro que cuando aprenda que el castigo por robar es perder una mano se lo piensa dos veces antes de coger lo que no le pertenece.
Justo en ese momento una mano surgió de pronto colocando un cuchillo en la garganta del visitante. Tras esa mano un brazo, y tras él, esbozando una desafiante mueca, Mei.
Al salir a la vista del extraño Mei se percató de que no estaba solo. Al menos otros dos más, con apariencia de subalternos, estaban detrás de él en el exterior de la casa. También iban armados, pero eso no la amedrentó; ahora quien tenía la situación bajo control era ella.
—Creo que con el susto el crío ya ha tenido bastante escarmiento.
—¡Maldita konomi! —casi escupió como respuesta. Hubiera seguido increpando a Mei, pero esta apretó el cuchillo en su garganta haciendo que tuviera que levantar la cabeza.
—Bien, parece que ya nos empezamos a entender —la mirada de Mei, fría y punzante, se clavaba en los ojos del desconocido—. Ahora, con tranquilidad y sin hacer ningún movimiento brusco, vas a salir de nuestra casa. ¡Vamos!
Sin oponer resistencia este, en parte por el cuchillo que notaba en su garganta, comenzó a dar pasos atrás mientras Mei lo seguía de cerca esgrimiendo el arma. A medida que avanzaba se iba viendo poco a poco el exterior de la casa; aunque era seguro que los gritos se habían escuchado, todo el mundo hacía como si nada estuviera pasando, el trasiego en la plaza no se salía de la total normalidad.
En un momento dado vio algo que no le gustó: al fondo de la plazuela aparecieron un par de guardias. No parecía que hubiesen acudido al alboroto, ya que andaban con paso calmado; pero si se acercaban un poco más se percatarían de que algo estaba sucediendo. Siendo konomi tenía claro que no era bueno verse envuelta en ningún asunto que tuviese que ver con la autoridad.
—¡Señor, los guardias que os estaban buscando! —dijo entonces uno de los que estaba fuera.
—¡Estúpido! —fue la respuesta, apagada por la presión del cuchillo.
Mei sonrió, esa información le llegaba en un momento crucial.
—Parece que tenemos intereses comunes. Yo quiero que os larguéis, y a vosotros os interesa iros, ¿qué me dices? —dijo justo antes de separarle el cuchillo de la garganta unos centímetros.
Tras un gruñido el extraño dio un paso atrás y se giró con rapidez poniendo rumbo al lado contrario de donde estaban los soldados. Antes de alejarse se volvió y señaló a Mei con gesto amenazante.
—¡Esto no quedará así!

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