Cuando la puerta se cerró tras de sí la Abuela exhaló un suspiro de alivio; luego dedicó una leve y sorprendida mirada a Mei. Al final sus ojos recayeron sobre Evven, quien había sido culpable de todo lo ocurrido.
—¡Pero vamos a ver muchacho! ¿Cómo demonios se te ha ocurrido robarle a uno de los hombres de Kran? ¡Y encima al más ruin de todos, Ulgor! ¿Pero se puede saber en qué estabas pensando?
—¡Estaba en el suelo Abuela! —acertó a defenderse Evven aún entre lágrimas—, vi la bolsa tirada entre un par de puestos y la cogí para nosotros, pero te juro que no sabía de quién era.
A pesar de que había intentado mostrarse enfadada con el muchacho para hacerle aprender la lección sabía que sus palabras eran sinceras y que, al margen de los problemas que hubiese podido causar, lo había hecho con la mejor de las intenciones; no era justo que además ella le regañase.
—Ahh... —suspiró—. No puedes imaginarte en el lío que nos hubieses podido meter, suerte que estaba aquí Mei. Anda, ve adentro a secarte esas lágrimas, ya hablaremos luego.
—Es muy fácil dejar una bolsa en el suelo y luego perseguir al primer desaprensivo que la coja, sobre todo si se tiene interés en culpar a alguien —dijo Mei mientras veía a Evven marcharse hacia la cocina con la cabeza gacha—. ¿Quiénes son esos Kran y Ulgor?, por lo que has dicho tengo la impresión de que no una compañía muy deseable.
—No te falta razón. Una de las peores lacras de la ciudad, por mucho que se empeñen en ocultarlo, son los ladrones y salteadores. La guardia no sabe quiénes son ni por dónde se mueven; pero aquí en los barrios bajos es distinto.
—¿Quieres decir que vosotros sí sabéis quiénes son? ¿Por qué no informáis a la guardia entonces?
—No es tan sencillo; por estos barrios todo el mundo teme a Kran, y es bien sabido que Ulgor es uno de sus hombres de confianza, y de los más mezquinos que están a su servicio. Pero también sabemos que no sólo se dedican a robar a los ricachones; aquí extorsionan a comerciantes, amedrentan a todo el que pueden y mantienen toda esta zona como su propio territorio. Nadie puede hacer nada que les disguste bajo pena de fuerte castigo.
—Comprendo, es una situación difícil —dijo Mei tras unos segundos de reflexión—. Y apostaría a que no es la primera vez que alguno de ellos o sus subalternos aparece por aquí.
—No, no es la primera vez. No les gusta que alguien robe en esta ciudad si no es para ellos; aunque sea un muchacho que lo hace para poder comer —contestó la Abuela visiblemente contrariada—. Cuando me vine a vivir aquí eso no era así; pero ahora la gente está asustada y nadie se atreve a hacer nada. No sé adónde vamos a llegar.
—Antes o después se solucionará todo, estate tranquila. Ahora mejor vamos dentro, que los niños estaban asustados —dijo Mei mientras agarraba a la Abuela del brazo y se dirigían al comedor.
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