El viejo Hottai (II)

Después de que la tal Leinna hubiese salido del mercado la había seguido durante un buen rato hasta aquella casa. Observada desde fuera no parecía ninguna herrería pero, al fin y al cabo, ¿para qué iba a querer un herrero pétalos de flores? Era bastante posible que se estuviese equivocando de persona y que ese Hottai no fuera a quien buscaba, sin embargo tenía que intentarlo. Pacientemente había vuelto a casa de la Abuela, a esperar a que atardeciese; momento en el que habría mucha menos gente por la calle y podría acercarse con más tranquilidad a llamar a una casa desconocida. Y allí estaba de nuevo.
Había golpeado la puerta con los nudillos en un par de ocasiones, mas no había percibido señales de vida en el interior de la casa; estaba empezando a pensar que no había nadie, o querían que lo pareciera. Se disponía a llamar por tercera vez cuando se abrió una pequeña rendija en el portón por la que unos ojos asomaron.
—Lo siento —dijo una voz que reconoció como la de Leinna—, no esperamos visita a estas horas. Mi padre está muy cansado y necesita descansar; márchese por favor.
Y volvió a cerrarse de inmediato.
—¡Espera! —dijo todo lo rápido que pudo acercándose a la entrada—, sólo será un momento. Vengo desde muy lejos buscando a un herrero.
La rendija se volvió a abrir durante unos segundos dejando ver de nuevo los mismos ojos.
—Aquí no vive ni ha vivido nunca ningún herrero, ha debido de equivocarse. Por favor márchese.
Estaba claro que no era a quien buscaba, pero eso significaba que volvería a quedarse sin nada; sin ninguna pista que seguir, sin ningún hilo del que tirar. No queriendo resignarse hizo un último intento.
—Está bien, me marcharé y no os molestaré más; pero antes sólo una pregunta por favor: ¿no conocen al viejo herrero Hottai? Tengo unas dagas rotas que son muy importantes para mí, y me dijeron que lo buscara, que él podría repararlas.
Esperó unos instantes, pero no hubo respuesta. Lo más seguro era que aquella gente le tuviese miedo; para ellos era una desconocida, y un konomi no suele confiar en desconocidos. No la iban a ayudar, era inútil seguir insistiendo. Resignándose, se embozó un poco más en la capa y, dándose media vuelta, comenzó a alejarse. Entonces se escuchó el crujido de una puerta al abrirse y una cascada y anciana voz la llamó.
—¿Yamiko?
No era su nombre el que había pronunciado, sino el de su madre; pero lo había hecho refiriéndose a ella, estaba segura. ¿Sería entonces el Hottai al que estaba buscando cuando todo parecía indicar que no? Al volverse vio apoyado en el quicio de la puerta a un anciano escuálido y con el pelo canoso; no parecía demasiado mayor, pero apenas podía sostenerse en pie, era la propia Leinna quien lo ayudaba a caminar. Su ropa, como era de esperar por la zona en la que vivían, estaba vieja y raída, y una venda le cubría los ojos.
—Yamiko, ¿eres tú hija mía?

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