El viejo Hottai

Los golpes en la puerta resonaron por segunda vez en la soledad de la calle. Aún no había oscurecido por completo, pero apenas había visto a nadie por las callejuelas del barrio. No era de extrañar, caminar en solitario por los distritos pobres de una gran ciudad podía deparar sorpresas desagradables; más aún si, como la mayoría de los que vivían en aquella zona, se te consideraba un paria. Los konomi en general no eran muy apreciados, pero estaba comprobando que en Ranavva aún lo eran menos si cabe.
Tenía que reconocer que había sido buena idea confiar en la Abuela; le había costado decidirse, pero al final lo había hecho. Resultó que hacía años, cuando llegó a la ciudad intentando rehacerse tras lo que le había ocurrido a su familia, fue a una de las primeras personas a las que conoció. Según le contó, casi todos los días un konomi llamado Hottai le compraba pétalos de varias de las flores que ella salía a recoger al bosque. Un día, tiempo después y sin previo aviso, dejó de acercarse a donde ella los vendía y no lo volvió a ver nunca más.
No era mucho, pero había sido un punto de partida para intentar saber algo de ese tal Hottai. Ni siquiera sabía si era a quien buscaba, pero en realidad tampoco sabía a quién debía encontrar. Enfundada en su capa, para evitar desvelar qué era, había paseado durante una semana por media ciudad preguntando por cualquiera que pudiera necesitar pétalos: sanadores, alquimistas, artesanos... quizás alguno tuviese relación con el herrero. No había averiguado nada y ya estaba comenzando a darse por vencida cuando, de forma fortuita, escuchó una conversación entre dos mujeres en el mercado.
—¿Leinna, eres tú verdad? —había dicho una tendera bastante harapienta dirigiéndose a una konomi que pasaba cerca y a la que Mei llevaba un rato observando.
La aludida había mirado con cierta sorpresa, con seguridad temiendo un encuentro desagradable; pero le había mutado la expresión de golpe.
—¡Elin, qué sorpresa; hacía años que no nos veíamos!
Se había acercado y, tras un par de abrazos, habían comenzado a hablar. La conversación no tenía ningún interés, pero Mei se había quedado cerca examinando con disimulo algunos objetos del tenderete; tenía la corazonada de que un poco de paciencia podía dar sus frutos.
Y acertó. Cuando ya parecía que se despedían intercambiaron un par de frases que hicieron merecer la pena toda la espera.
—Por cierto, ¿cómo sigue tu padre? —había dicho la tendera.
—Igual —había contestado Leinna, con cierto tono de resignación—; después de lo que le pasó dejó de ser el mismo, ni siquiera ha vuelto a pisar la calle en todos estos años.
—Ya, comprendo, tiene que ser muy difícil para él; ¿seguís viviendo donde siempre?, me gustaría pasarme a verlo.
—Claro, ven cuando quieras, ya sabes que serás bien recibida.
—Iré en cuanto pueda, tengo aún que instalarme en la ciudad, llegué ayer mismo con la familia. Pero no le digas que he vuelto, me gustaría darle una sorpresa al viejo Hottai...

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