Emboscada

Era ya noche cerrada cuando Mei volvía a la casa de la Abuela, al que ahora también era su hogar. El relato del viejo Hottai se había alargado hasta tarde y al salir de nuevo a la calle, tras dejarlo descansando después de las últimas emociones, había encontrado varias lunas en medio del cielo. Leinna le había insistido para que se quedara a dormir con ella, no quería dejarla volver tan a deshora; había rehusado. Necesitaba dar un paseo para tomar un poco de aire y refrescar sus ideas. No eran sus parientes de verdad, pero para ella haberlos encontrado sin siquiera saber que existían significaba mucho. Al conocer el sufrimiento que habían padecido se había sentido identificada; a pesar de casi no conocerlos los había sentido como su familia.
Si bien una de las lunas podía verse predominante en lo alto del cielo, también muchas nubes lo surcaban. La noche era oscura, sobre todo por los callejones que recorría Mei. En otras circunstancias habría estado más atenta, pero en su ensimismamiento no se percató de las sombras que la acechaban. Intentando despejar su mente caminó con lentitud recorriendo las calles hacia su destino. Aunque se esforzaba por alejar sus pensamientos de todas las ideas que la asaltaban no lo conseguía, no era capaz.
A aquellas horas la plaza estaba vacía y solitaria, le resultó tan extraña que se quedó unos segundos observándola desde las sombras de un callejón. Cuando salía del mismo para cruzarla se dio cuenta de por qué le había parecido extraño, sin embargo fue demasiado tarde. Durante el día el lugar estaba en constante ajetreo; pero por la noche tampoco solía estar nunca vacía. Era el lugar elegido para pernoctar desde tiempo atrás por una familia de comerciantes ambulantes, y en aquella ocasión no estaban, algo los había disuadido de quedarse allí.
Antes siquiera de que pudiese increparse por su estupidez vio un par de destellos en la oscuridad del otro lado de la explanada. Dio un paso atrás con la esperanza de no haber sido descubierta todavía cuando una mano le tapó la boca y algo puntiagudo y frío presionó en su cuello.
—Si te mueves te mato, gatita —susurró una voz bronca en su oído—. Aunque el jefe preferiría tenerte viva, seguro que tiene algunos planes para ti —el gruñido de una risa apagada fue el final de la amenaza.
En el otro extremo de la plaza los reflejos se repitieron tambaleándose y acercándose hasta que se convirtieron en dos dagas portadas por sendos puños. Sus ropas eran las mismas que vestían los esbirros que acompañaban a ese tal Ulgor, no obstante cuando estuvieron delante pudo ver que estaban embozados y llevaban una capa; de todas formas no le cupo la menor duda, habían venido a por ella.
Con un movimiento pausado la daga que le presionaba el cuello se deslizó por su contorno hasta colocarse en su nuca, no menos punzante. La mano que le tapaba la boca resbaló hasta su garganta, dejándola aprisionada con tanta fuerza que apenas podía respirar. De nuevo la voz bronca resonó en su oído:
—Si se te ocurre hacer algún movimiento sospechoso o intentas si quiera alzar la voz no lo cuentas, ¿entendido?
Ante la ausencia de respuesta de Mei, que no podía articular palabra a causa de la mano que la aferraba casi asfixiándola, el raptor la obligó a andar.
—¡Marchando!

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