Emboscada (II)

Pudo ver surgir de los laterales de la plaza a otros dos encapuchados igualmente armados con dagas antes de girarse sobre sí misma y darles la espalda. Frente a ella aparecieron otros tres más que, sumados al que le aferraba la garganta, sumaban un total de ocho; sin contar a alguno más que podría seguir aún escondido. Estaba claro que ese tal Ulgor quería capturarla viva a toda costa, sino no habría enviado a tantos de sus esbirros a por ella. No podía esperar a saber cuáles eran sus intenciones, tenía que intentar escaparse lo antes posible.
—Vamos, el jefe espera ansioso, y cuanto más se impaciente tanto peor será para ti —escuchó Mei cerca del oído; luego su captor se dirigió a los demás para darles instrucciones—. Vosotros dos, adelantaos y aseguraos de que no hay nadie en el camino; —continuó mirando por turnos a cada uno de los aludidos— vosotros, vigilad que nadie nos siga, no quiero sorpresas; y vosotros tres, seguidnos. Si veis a alguien ya sabéis lo que hay que hacer, nada de mirones.
Mientras comenzaba a andar vio cómo dos de los que había delante de ella se adelantaban a paso rápido y escuchó cómo detrás de ella otros dos hacían lo mismo; eso la dejaba rodeada por tres más aparte del que la seguía. No estaba demasiado intranquila, al menos no de momento, no era la primera vez que se encontraba en una situación similar; sus solitarias andanzas en la vida la habían llevado en más de una ocasión a tener que escapar de algún aprieto. Contaba a su favor con que evitarían hacerle daño, eso estaba reservado a su jefe y no querrían hacerlo enfadar; una oportunidad que pensaba aprovechar.
Cuando juzgó que los cuatro enviados a la delantera y a la retaguardia se habían alejado lo suficiente puso en marcha su estrategia: comenzó a andar un poco más despacio de lo que el canalla la apremiaba a hacer. Como esperaba éste intentaba obligarla a andar más rápido increpándola entre dientes y haciendo más presión en su nuca con la daga, pero sin llegar a hacerle daño. Tras tentar varias veces a la suerte y comprobar que efectivamente contaba con la ventaja que pensaba pasó a la segunda parte del plan: se paró en seco.
La acción pilló desprevenido al asaltante, que no tuvo más remedio que frenar su marcha de la misma forma; provocada por su repentina parada Mei sintió una punción en su nuca, y notó cómo un hilillo caliente se deslizaba desde ese punto hacia abajo. La sorpresa jugó en su favor cuando la mano que le atenazaba la garganta aflojó su presión para comenzar a deslizarse a la vez que escuchaba un gruñido; como había previsto su captor de forma instintiva optaría por empujarla con violencia para obligarla a andar. Era el momento justo que estaba esperando.
Aprovechando la fuerza del empellón Mei se dejó caer hacia delante a la vez que extendía los brazos hacia abajo. Apoyando las manos en el suelo dio una voltereta en la que golpeó, por fortuna, la cara de su agresor, ya que mutó su imprecación por un quejido de dolor. Plantó los pies en el suelo al lado del asaltante que los precedía en el preciso instante en el que este se encaraba hacia ella daga en alto.
Le propinó un rodillazo en sus partes y luego un codazo en la cara lo bastante fuertes como para dejarlo aturdido y salir corriendo mientras escuchaba los gritos de sus perseguidores.

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