—¡Matadla! —escuchó gritar Mei tras de sí mientras entraba con dificultad en un estrecho callejón con la esperanza de esconderse en su oscuridad y pasar desapercibida.
Instantes después sus perseguidores pasaban corriendo sólo a unos centímetros de donde se había ocultado con clara intención de no dejarla escapar viva si volvían a dar con ella. No era la orden tajante de muerte la que le había hecho darse cuenta de que minutos antes había tentado demasiado a la suerte, sino el punzante dolor que había sentido antes siquiera de poder girar la primera esquina en su repentina huida.
Esperó a que se hiciera el silencio para separar la cara de la pared y llevarse la mano a la espalda, a la altura del hombro derecho. No pudo reprimir un gemido de dolor al extraer la daga que tenía profundamente clavada, había sido lanzada con tanta fuerza que, de haber alcanzado un punto más crítico la habría matado. Una gota de sudor frío le recorrió la frente con lentitud para luego deslizarse por su mejilla izquierda mientras permanecía inmóvil en la protectora oscuridad; por primera vez desde hacía mucho sentía verdadero miedo.
No podía quedarse demasiado tiempo allí oculta, en cualquier momento sus perseguidores se darían cuenta de que la habían dejado atrás y no tardarían en volver; sin duda conocían aquellas callejuelas mejor que ella, no conseguiría esconderse con tanta facilidad. Se precipitó hacia el otro extremo del callejón y salió de nuevo a una calle solitaria, como todas a esas horas, pero al menos distinta a por donde había venido. Instantes después escuchaba pasos a pocos metros, le estaban pisando los talones.
A pesar de llevar poco tiempo en la ciudad tenía la suerte de haber transitado lo suficiente por esa zona como para saber casi con total certeza dónde se encontraba. Mientras los ecos de los pasos que la seguían se alejaban y se acercaban alternativamente corrió por calles y callejones intentando perderlos, pero no lo conseguía. Estaba herida y cansada, era cuestión de tiempo que le fallaran las fuerzas y la acabaran alcanzando.
Se escucharon un par de gritos y luego varias voces de los asaltantes espoleándose a sí mismos para la lucha, incluso le pareció oír el sonido de desenvainar espadas. No entendía muy bien lo que ocurría, pero sabía que iban a por ella y que no podría huir durante mucho más tiempo; era mejor hacerles frente ahora que no estaba del todo exhausta. Haciendo acopio de todo el ímpetu que tenía apretó los dientes y aceleró la marcha para sacarles unos metros más de ventaja.
Se internó en una calle algo más estrecha buscando tener un poco menos de desventaja en la clara inferioridad numérica en la que estaba, avanzó unos pasos y se detuvo enfrentando el lugar por el que aparecerían sus perseguidores. Esgrimió la daga manchada con su sangre que aún llevaba en la mano izquierda, con la derecha intentó buscar su cuchillo, pero el dolor la atenazó y hubo de olvidarlo. Con mirada furiosa esperó el desenlace de la caza a la que la habían sometido.
Nada ocurrió.
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