Emboscada (IV)

No sabía muy bien si había ocurrido algo, si la habían dejado escapar o si estaban queriendo jugar con ella; pero sus perseguidores habían desaparecido de pronto. Durante al menos una hora caminó en círculos acercándose poco a poco de nuevo a su casa, vigilando cada sombra, escuchando en cada esquina. Quizás la estuvieran esperando aún y si volvían a apresarla no tenía demasiadas esperanzas de escapar de nuevo con vida.
Le dolía mucho el hombro derecho, tanto que apenas podía mover el brazo sin sentir un fuerte pinchazo y sin que su faz se tornara en una mueca. Había perdido sangre y se sentía débil, aunque no creía que fuese por la sangre perdida, no había sido tanta; además empezaba a sentirse mareada y su visión se estaba volviendo borrosa. Tenía la desagradable sospecha de que el puñal que le habían lanzado estaba envenenado.
Con todo el sigilo del que fue capaz se internó por fin en el callejón que, pasando junto a la casa, llevaba a la plaza. Saldría a la misma a pocos metros de la puerta por lo que, de estarla esperando, ese sería uno de los puntos que más vigilarían; pero no era su intención pasar por allí. Cuando llegó a la parte trasera de la vivienda, a la que daba su habitación, no pudo evitar un suspiro al comprobar que, por suerte, las balas de paja que había visto en otras ocasiones seguían allí.
Se subió a la más cercana a la pared y, tras un salto, se agarró a la cornisa del tejado. No fue tan fácil el siguiente paso; colocando los pies en los salientes de la pared y haciendo fuerza con el brazo bueno pudo alzarse hasta conseguir apoyar el otro codo en el tejado. Apretando los dientes para soportar el dolor hizo palanca con el brazo derecho mientras con el izquierdo empujaba para subirse.
No pudo reprimir un grito de dolor cuando, debido a la humedad de las tejas y a su cada vez más patente falta de fuerza, resbaló y se golpeó el codo derecho. Consiguió sujetarse precariamente al filo de la cornisa con la punta de los dedos, mientras el dolor del golpe se extendía por su espalda. Se le nublaba la vista por momentos y sentía cómo las fuerzas la abandonaban.
Al final se resbaló y se soltó inevitablemente para caer sobre la bala de paja inconsciente; pero no cayó, una mano surgió y agarró la suya. Antes de que un velo de oscuridad cubriera sus sentidos alcanzó a identificar a su salvadora:
—Crisannia...

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