El legado (II)

La cara de Mei se había tornado en un interrogante tras las últimas palabras de Crisannia. Estuvo tentada de preguntar, pero empezaba a conocerla y sospechaba que demostrándole su curiosidad sólo retrasaría la respuesta. Permaneció en silencio, expectante, mientras Crisannia caminaba con calma delante de la cama.
—Te creo lo bastante inteligente como para haberte percatado de la segunda intención de mis palabras —dijo por fin parándose frente a ella—. Debo entender que no sientes interés o que, por fin, estás aprendiendo a ser paciente.
—Tengo la impresión de que sea lo que sea sólo me lo contarás si quieres; que preguntarte no serviría de nada. Así que supongo que será mejor esperar a que llegue el momento oportuno.
—Mmm —paladeó la expresión lentamente—. Me temo que aún no es tiempo de que llegue ese momento; pero dadas las circunstancias es preferible no esperar más. Siéntate, tengo algo que darte.
Haciendo acopio de fuerzas Mei consiguió incorporarse y acomodarse apoyando la espalda en el cabezal de la cama. Para su sorpresa el dolor había remitido en los pocos minutos que llevaba despierta, aunque seguía notando un entumecimiento en la parte de la espalda en la que la daga la había alcanzado. Crisannia se sentó al pie del lecho, mirándola. Era lo más cerca que la había tenido hasta ahora, pero aun así no le veía la cara; la sombra proyectada por el halo de luz de luna que se colaba por la pared tras ella se lo impedía.
Tras hurgar durante unos instantes en su toga extrajo una mano algo escuálida pero en apariencia fina, con unas uñas no muy largas aunque sí bastante afiladas.
—Aún me quedaba por darte un regalo de cumpleaños, el mío —dijo tras dejar algo envuelto en su regazo—. Pero no lo abras todavía.
—¿Se trata de otro acertijo para que descubra cosas de mi pasado o del de mi madre que sin duda ya sabes pero yo no?
—No, se trata más bien de algo que te permitirá intentar labrarte un futuro. Son unas dagas, pero no unas dagas rotas e inútiles, aunque sí bastante viejas. Pertenecían a tu madre, al igual que antes a muchas otras que se dedicaron al mismo trabajo, y ahora te pertenecen a ti.
Dudó un momento si lanzar o no la pregunta, pero la pausa de Crisannia le indicó que era lo que esperaba.
—¿A qué te refieres con lo del mismo trabajo? ¿Acaso tiene relación con la advertencia que me hacías sobre los que vendrían a buscarme? ¿Estás pretendiendo algo de mí?
Habría planteado alguna cuestión más de no haber sido porque Crisannia levantó la mano en claro gesto de que parara.
La volvió a bajar cuando el silencio hubo reinado de nuevo en la habitación y, rompiéndolo de nuevo, respondió.
—Efectivamente.
—¿Efectivamente? ¿Esa es la única respuesta que vas a darme? —el tono denotaba cada vez más impaciencia; como otras veces, hablar con Crisannia era un esfuerzo constante de serenidad y temple. Esta vez los estaba perdiendo.
—Tu madre —continuó haciendo caso omiso de la actitud nerviosa de Mei—, al igual que la suya y cada uno de sus ancestros femeninos en quizás decenas de generaciones, era una asesina; pero no una cualquiera. Era una Hija de La Noche.

No hay comentarios :

Publicar un comentario