El legado (III)

—¿Cómo? —Mei no cabía en sí de asombro por lo que acababa de oír—. ¿Qué tontería es esa?, no puede ser verdad —por un momento se interrumpió, aunque aquello parecía una burda invención tenía la sensación de que Crisannia no mentía. Se esforzó por desviar ese pensamiento en voz alta—. Y, suponiendo que lo fuera, apenas han pasado unas pocas generaciones desde que ocurrió el desastre, ¿cómo iba a ser cierto eso que dices de decenas de ellas?
—Las Hijas de La Noche existen desde mucho antes de la caída de La Sombra, algunos escritos incluso afirman que desde antes de que los konomi fuésemos un gran pueblo —ese fuésemos no había pasado desapercibido a Mei, que por fin sabía algo más de Crisannia que lo que podía ver a simple vista, pero no la interrumpió—. No se sabe cómo, pero algunas de ellas sobrevivieron al gran desastre y a los años de confusión y locura que vinieron después; y, por supuesto, hoy en día siguen existiendo.
Mei cada vez se sentía más confusa por lo que estaba escuchando, pero con más solidez aún crecía en su mente la idea de que era cierto. Sin darle tiempo a pensarlo Crisannia continuó.
—Las Hijas de La Noche fueron desde sus inicios sacerdotisas de Kurai, la luna oscura, que, aunque desde la caída de La Sombra es temida, siempre fue muy venerada por nosotros —hizo una breve pausa en la que se arrebujó un poco en la toga y se hundió todavía más en las profundidades de su capucha—. Pero, en la grandeza de la Tierra del Sol, cuando la arrogancia de los nuestros casi nos destruye a todos, algo cambió.
A pesar de lo increíble del relato a Mei ya no le quedaban dudas de su veracidad. La forma de hablar y el tono de Crisannia la embelesaban de tal manera que casi la hacían recordar por sí misma lo que le estaba contando. Se percató en ese momento de que Crisannia guardaba silencio, se había interrumpido cuando parecía que iba a relatar un hecho importante. Al final Mei preguntó.
—¿Qué ocurrió?
Tras unos segundos de reflexión continuó.
—Impelidas por la necedad o la locura de la Sacerdotisa Suprema el resto de sacerdotisas dejaron de venerar a su diosa y se convirtieron en asesinas. Asesinas crueles, despiadadas y fraticidas, mataban a su propio pueblo.
—Y, ¿por qué iba mi madre a formar parte de eso?, ¿por qué iba a ser una asesina? Si ni siquiera ella conocía a su madre biológica, ¿cómo supones que su madre también lo era?
—Según se sabe la responsabilidad de ser sacerdotisa de Kurai pasaba de madres a hijas; no era una elección, sino una obligación, aunque por supuesto también un privilegio. Resumiendo, cuando una sacerdotisa moría su hija mayor pasaba a ocupar su puesto; y esa tradición la siguen manteniendo hoy en día.
Mei meditó unos instantes antes de sacar conclusiones.
—Entonces, por eso crees que vendrán a buscarme. Querrán que forme parte de todo eso —su voz se tornó alterada—, ¡pretenden que sea una asesina!
—No exactamente, tu madre las abandonó; te buscarán para matarte.

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