El legado (IV)

—¡No, no tiene sentido, nada de eso es real! Te lo estás inventando todo, no sé con qué propósito, pero sólo quieres asustarme —era la única alternativa posible, la estaba superando aquella incertidumbre, aquel cúmulo de cosas en las que debía creer sin nada certero que lo demostrara, tenía que ser mentira.
—Mei, sabes que digo la verdad, lo sientes —respondió Crisannia pausadamente.
Era cierto, lo sentía dentro de sí misma y no podía evitarlo. Presentía que cada palabra, cada hecho relatado, era verdad. Y tenía miedo.
—Pero, ¿qué puedo hacer yo? ¿Qué voy a hacer yo para defenderme de unas asesinas, si casi no pude escapar de unos burdos matones de barrio? Estoy sola, indefensa y... tengo miedo.
Crisannia se levantó de la cama y se acercó, momento en el que ella cerró los ojos para forzarse a contener las lágrimas. En un gesto de cariño más allá de lo que le hubiera creído capaz de hacer se sentó a su lado acurrucándola, le acarició la mejilla y posó los labios en su frente. El tacto de su mano era suave y frío, igual que el de sus labios; pero le produjeron una sensación de calor y bienestar que no podía describir.
—No estás sola. Estoy aquí para ayudarte. Vendrán a buscarte y, antes o después, te encontrarán; pero me ocuparé de que cuando lo hagan aprendan a temerte. Serán ellas las que sientan el verdadero miedo.
Cuando Mei por fin abrió los ojos Crisannia se había levantado y estaba a un par de pasos de ella. Había vuelto a adoptar su postura fría y distante de siempre, pero el haber sentido su proximidad instantes antes la hacía verla de una forma más humana.
—¿Miedo de mí, una simple konomi?
—Muchacha, no eres una simple konomi, créeme. Dentro de ti hay mucho más de lo que piensas, sólo necesitas que te muestren el camino. Y lo primero será enseñarte a usar esas dagas tan bien como lo hacía tu madre; aunque no seré yo quien se ocupe de eso, estoy ya demasiado mayor.
De nuevo Mei estaba desconcertada por las afirmaciones de Crisannia, pero esta se había alejado unos pasos más y, conociéndola, eso significaba que iba a volver a marcharse dejándola a medias; así que preguntó lo más urgente.
—Entonces, ¿quién lo hará, yo misma?
—No, alguien que conocerás pronto, tengo la impresión. De hecho puede que ya esté en la ciudad. Pero eso pronto lo sabrás.
Y se encaminó, ahora con más decisión, hacia fuera de la habitación; aun así Mei tuvo tiempo de hacer una última pregunta.
—Crisannia, ¿cómo conociste a mi madre?
Cuando salía ya al exterior, a la vez que los primeros rayos de sol irrumpían en una nueva mañana, y justo antes de volver a desaparecer, su respuesta quedó flotando en el aire.
—Intentó asesinarme.
Fin del capítulo quinto. Volver al índice >>

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