La Compañía del Dragón (IV)

Mientras Bungar lo miraba fijamente, aún con desconfianza, aquel extraño que parecía ser el único capaz de hacer algo por su amigo le daba las últimas instrucciones:
—Aunque esté amarrado no te confíes, agárrale los brazos tan fuerte como puedas; necesito que ganes tiempo antes de que rompa las correas. Y, lo más importante, ocurra lo que ocurra, veas lo que veas, sólo agárralo, no hagas nada más.
Al tiempo que afianzaba el nudo de la última correa hizo un leve gesto afirmativo con la cabeza. Estaba preparado.
Tokei asintió de la misma forma; también estaba listo. Había arrastrado una mesa a los pies de la cama, donde había dejado la vieja caja lacrada. De ella había sacado la última vela que le quedaba de su maestro; esperaba no tener que usarla aún pero, al fin y al cabo, no era mala ocasión. Arrojó la capa a un lado para que no fuese un estorbo y cogió el pedernal de la caja. Tras respirar profundamente, procurando concentrarse, encendió con facilidad la llama raspando un par de veces el pedernal con el cuchillo.
Aparte de vieja y ajada, la vela no parecía nada especial; no fue acertada la primera impresión de Bungar, y lo descubrió enseguida. Una especie de oscuridad se extendió por el interior de la tienda en cuanto se encendió. El candil que estaba colgado en el centro de la misma se apagó de pronto y durante unos instantes todo quedó en penumbra. Luego la llama emitió luz, una luz mortecina y casi apagada que fue ganando intensidad por momentos, iluminando a su alrededor y proyectando sombras.
Seguía agarrando con fuerza las muñecas de Izzan mientras comenzaba a revolverse para evitar que pudiera mover los brazos, siguiendo las instrucciones recibidas; pero una extraña sensación le embargó de pronto. Comenzó a notar frío en las manos procedente del cuerpo de Izzan, un frío que se extendió con rapidez desde las palmas hasta dejarle las manos heladas. Miró hacia abajo con preocupación vio cómo una especie de bruma rodeaba a su amigo, tomando forma poco a poco, una forma que le recordó al demonio al que se habían enfrentado noches atrás. Al levantar la vista en busca de alguna respuesta a lo que estaba ocurriendo su asombro fue en aumento.
La vela hacía el efecto deseado y comenzaba a verse el demonio encerrado en el cuerpo del enfermo, que empezó a agitarse fuera de sí; aún estaba débil y se resistía a salir. Tokei también empezaba a sentir la sensación esperada, el dolor aún latente de las heridas se diluía y la debilidad se convertía en fuerza. Su compañero lo miraba con estupefacción desde la cabecera de la cama; nunca se había visto a sí mismo en ese estado, pero comprendió a la perfección su expresión.
Había sido reticente a creer las palabras del extraño pero ahora no le quedaba más remedio que reconocerlas como ciertas; Izzan estaba endemoniado y podía sentirlo en sus propias manos mientras luchaba por sujetarlo. Sin embargo no era esa su única preocupación. Al otro extremo de la cama el que decía poder curarlo estaba rodeado por una bruma mucho más oscura y espesa que iba moldeándose con una forma similar a la que rodeaba a Izzan, pero de proporciones mucho más preocupantes.
Cuando el perfil de la criatura se hubo definido lo miró directamente con unos rojizos ojos y enseñó los dientes en una especie de sonrisa. Un escalofrío le recorrió la espalda.

1 comentario :

  1. Espero que el demonio no haya congelado tus dedos para poder escribir el próximo capítulo.

    ResponderEliminar