Campamento base (II)

No tardaron mucho los primeros rayos de sol en surcar el cielo. Justo comenzaban a hacerlo cuando Tokei salió de su tienda, colocada en la parte trasera del campamento. Si podía llamarse así a una lona extendida en una esquina de la plaza arrinconada junto a algunas casas abandonadas y varios pequeños toldos alrededor, uno de ellos el suyo. Rodeó el tenderete para evitar pasar por donde aún descansaban los soldados y se acercó a las ascuas de la hoguera.
Con el crepitar de las brasas que Tokei acababa de reavivar se escucharon los primeros murmullos entre los durmientes. Izzan y Bungar salieron de sus respectivas tiendas y, en pocos minutos, el campamento hubo despertado al completo. A la plaza también comenzaron a llegar sus moradores habituales: carreteros en busca de un descanso para ellos y sus animales, comerciantes que montaban sus variopintos tenderetes y demás habitantes de las calles cercanas. Al principio el contraste entre todos ellos y los mercenarios de la compañía resultaba algo extraño, pero pronto cada uno siguió su ritmo diario.
Cuando la fogata se apagó de nuevo, después de preparar un desayuno a base de los restos de las provisiones del viaje, terminaron de asentarse en la plaza completando el tenderete central con varias lonas más formando una gran carpa con apariencia de rombo, abierta por la parte delantera. Los toldos pequeños montados la noche anterior quedaron dispuestas alrededor, conformando parte de la estructura.
Mientras tanto Tokei se había dedicado a otra ocupación: intentar que la pequeña comiese algo. Se había quedado dormida poco antes de entrar en la ciudad y, después de establecerse, la había acostado en su tienda, donde había dormido plácidamente durante toda la noche. Poco después del amanecer había escuchado roce de ropas y al entrar la había encontrado sentada en el futón con las piernas cruzadas.
Seguía sin hablar pero al menos, con insistencia, había conseguido que comiese de forma regular; incluso algunas veces le había parecido verla esbozar una leve sonrisa. Ahora estaba esperando a Bungar, iban a buscarle un hogar decía; en el fondo le había cogido cariño a la pequeña, iba a echarla de menos. Justo en ese momento la entrada de la tienda se abrió y éste asomó.
—Vamos, va siendo hora de buscarle un sitio mejor que éste.
Tokei se levantó, le tendió la mano a la pequeña y salieron fuera.
—No te preocupes, no la perderás de vista mientras sigas aquí —dijo Bungar poniendo una mano en la espalda de Tokei mientras atravesaban la plaza.
Salieron de la plaza y comenzaron a cruzar la, a aquellas horas, transitada calle. Tokei iba a contestar, pero Bungar se paró en seco junto a una puerta.
—Hemos llegado.
Y llamó con los nudillos.
Era una casa bastante vieja, pero al menos estaba en un estado medianamente decente teniendo en cuenta las demás que rodeaban la plaza. Hicieron falta un par de golpes más para que alguien diese señales de vida dentro de ella; pero por fin la mirilla se abrió y se escucharon unos pasos ligeros que se alejaron con rapidez. Poco después otros más pesados y calmados se acercaron y la puerta se abrió.
—¿Bungar? ¿Eres tú?
—Pues claro que lo soy, no me digas que no te acuerdas de mí Abuela...

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