Sendos pellizcos en los mofletes fueron la bienvenida que le propinó la anciana a Bungar mientras éste, estupefacto, no conseguía zafarse.
—¡Abuela!, por lo que más quieras. Que ya soy muy mayor para estas cosas.
—¿Mayor dices? ¡Pues bien poco que lo has sido hasta ahora! ¿No te da vergüenza no haber venido a verme en todo este tiempo? —lo reprendió frunciendo el ceño.
—Pero es que... —intentó justificarse—. He estado lejos, ocupado en algunos asuntos...
—Excusas, siempre excusas. Seguro que has estado de parranda con tus amiguetes y ni siquiera te has preocupado por esta pobre vieja.
—¡Ja ja ja! —estalló en carcajadas Tokei cuando ya no pudo aguantar más. Jamás hubiese imaginado que un tipo tan imponente como Bungar podría encogerse de aquella forma ante la reprimenda de una anciana.
La mirada de soslayo que éste le dedicó fue poco menos que una amenaza de muerte. Tokei sin parar de reír dio un par de pasos hacia atrás.
—¡Ven aquí, que te voy a enseñar yo a reírte! —comenzó a decir Bungar extendiendo las manos en claro gesto de amenaza. Momento en el que percibió un movimiento de aire, se escuchó un “¡plaf!” y sintió un escozor en la nuca.
—¡Bungar, compórtate!
Y fue cuando Tokei comenzó a reír de verdad.
—Vamos señora, no sea tan dura con él —dijo Tokei cuando por fin pudo recobrar la serenidad al tiempo que palmeaba el hombro de su compañero, que había preferido no decir nada más—. Quizás Bungar no venga a verla a menudo, pero es porque está cumpliendo con su deber.
—Ya lo sé hijo, este grandullón tiene buen corazón a pesar de sus modales —al tiempo que volvía a pellizcarle una mejilla.
Entonces se agachó y tendió la mano hacia la pequeña que, para sorpresa de ambos, dejó que le acariciara la cabeza sin mostrar recelo.
—Y esta pequeñaja, ¿quién es?
Al volver a incorporarse fue cuando se percató de la nueva presencia en la plaza de unas tiendas de lona que el día antes no estaban, y se quedó pensativa unos instantes.
—Mmm, o mucho me equivoco o esas lonas llevan escrito tu nombre —le dijo a Bungar—. No sé si es buena idea dormir por las noches al raso, sobre todo con una niña pequeña; ocurren cosas extrañas últimamente.
—No te preocupes Abuela —bajó un poco la voz por precaución a pesar de que no había nadie tan cerca como para escucharles en medio del ajetreo de la plaza—, estamos al tanto de la escoria que está poblando estos barrios desde hace algún tiempo. Y venimos dispuestos a evitar que sigan ocurriendo cosas extrañas.
—Entiendo, aunque me temo que por desgracia las fechorías de esos mal nacidos ya no son cosas fuera de lo común por aquí —se quedó pensando un momento—. Es peligroso, y sé que no voy a poder persuadirte de que no te metas con ellos, pero ¿y la niña? ¿No estarás pensando...?
—No, tranquila señora —medió Tokei—, creo que justo por eso hemos venido a verla.
Un gesto de Bungar confirmó las intenciones y otro, algo más disimulado, le indicó a la Abuela que quería hablar del tema con algo más de intimidad.
—Será mejor entonces que paséis, creo que dentro estaremos mejor —agarró la mano de la niña y entró en la casa.
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