Campamento base (IV)

Se sentaron en la salita tan cómodamente como les permitieron las viejas sillas. Estaba tranquila, aunque no podía decirse lo mismo de lo que sería la segunda planta de la casa; sobre ellos se escuchaba la inconfundible algarabía de niños en pleno juego. Bungar sabía de sobra quiénes eran los demás habitantes de la casa pero, en vista de que su acompañante no tenía ni idea, la Abuela les informó de ello mientras tomaba de la mano a la pequeña y la conducía hacia una puerta que parecía dar acceso a la escalera de subida.
—¡Mei!
A la llamada de la anciana unos pasos livianos comenzaron a bajar los escalones con la misma cadencia que los que antes se habían alejado de la puerta, seguramente se trataba de alguno de los niños que jugaban arriba.
—Por favor, llévala arriba y cuida de ella.
Tokei sólo pudo ver una mano, una mano que tomó con suavidad la de la niña y tiró de ella hasta desaparecer por la escalera. Era una mano joven, aunque adulta al contrario de lo que había pensado; entonces recordó ese nombre, Mei.
Tras un breve instante la Abuela se volvió a la salita y tomó asiento en su butaca.
—No os preocupéis, está en buenas manos.
—¿Quién es ella? —preguntó Tokei, intentando ocultar que la preocupación que sentía iba más allá de no saber en qué manos había dejado a la niña.
—Aún no me habéis contado qué le ha pasado, pero puede verse en sus ojos la mirada rota de un niño que ya no volverá a serlo nunca más. Ella sabe muy bien lo que eso significa.
—Eso no responde a mi pregunta, la hemos traído aquí por su seguridad, no para dejarla con cualquiera —alegó Tokei algo alterado justo antes de morderse el labio al darse cuenta de lo que acababa de decir.
Durante un momento Bungar se quedó mirando a su compañero con extrañeza. Sabía que se preocupaba por la pequeña más de lo que quería dar a entender, pero esa reacción le había parecido desproporcionada y no era propia del carácter de su amigo.
—Tranquilízate Tokei, la Abuela no dejaría a ninguno de sus niños en manos de alguien que no fuera de total confianza.
—Sí, sí, lo siento —rectificó—. Perdonad, pero hace semanas que cuidamos de ella y, después de lo que pasó, no me hago a la idea de dejarla con alguien que ni siquiera he visto.
—No te preocupes muchacho —medió la Abuela tras una mirada inquisitiva a Bungar y un breve asentimiento de cabeza—, más tarde tendrás la oportunidad de conocerla. Es una joven muy guapa, incluso puede que os llevéis bien...
—Quizá, pero eso será más tarde —interrumpió Bungar al ver la expresión que estaba adoptando el rostro de Tokei—. Ahora vamos a lo importante.
La Abuela se levantó y con un gesto les indicó que la siguieran hasta una pequeña habitación que había más allá de la cocina.
—Aquí estaremos más tranquilos. Contadme.
Fin del capítulo sexto. Volver al índice >>

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