Una más en la familia

Se sentía extraña en aquella situación. No podía decir que incómoda, porque los niños nunca la habían incomodado y, además, desde que vivía allí siempre los tenía alrededor o correteando de un lado para otro; pero no era lo mismo. Allí, sentada al borde de la cama, estaba la pequeña que la Abuela le había dejado mientras hablaba con los extraños que la habían traído. La miraba fijamente, pero parecía no verla. Tenía la mirada perdida, ausente; aquellos grandes ojos estaban vacíos, pero a la vez llenos de un dolor que traslucía y que Mei conocía muy bien.
Se acercó a un arcón ajado que la Abuela había sacado un par de días atrás del cuarto lleno de trastos que había junto a su habitación y donde había guardado todas sus cosas. Lo único que había sobre la tapa era una muñeca sin terminar que había estado tallando mientras se recuperaba de la herida en la espalda. La talla era tosca y en vez de pies aún tenía la peana que formaba el tocón de donde había nacido.
Tras cogerla se sentó en la cama y se la puso a la pequeña en las manos.
—Toma, te la regalo. Así podrás jugar con los demás niños. ¿Quieres ir con ellos?
Ella se limitó a agarrarla apenas sin fuerza y a mirarla con los mismos ojos vacíos y ausentes.
—No, ya veo que no —dijo con pesar.
Aquella niña, escuálida por la falta de comida y seguro que mayor de lo que aparentaba su estatura, le traía muchos recuerdos. Aunque lo que más removía su interior era aquella mirada, aquellos ojos. No podía expresarlo con palabras, pero sabía perfectamente lo que reflejaban; igual que tenía claro lo que significaban.
Se levantó de la cama y se arrodilló frente a la pequeña, le puso la mano bajo la barbilla y le alzó la cabeza hasta que sus ojos se encontraron.
—Escúchame, tú no tuviste la culpa.
No sabía qué había pasado ni cómo, pero conocía muy bien el sentimiento de culpabilidad que aquella mirada destilaba; la había acompañado durante demasiado tiempo.
—Pasara lo que pasara no fue por tu culpa, no pudiste haber hecho nada para evitarlo.
De pronto las palabras parecieron haber hecho efecto. La mirada distante se volvió más cercana y húmeda, la barbilla que aún Mei sostenía comenzó a temblar al igual que el labio inferior; aunque seguramente no menos que las manos que dejaron caer la muñeca al suelo. Por fin prorrumpió a llorar, intentando balbucear una explicación.
—Mamá quería ir a casa porque el hermano tenía sueño, pero yo me escapé y entonces...
Los sollozos apenas la dejaban pronunciar palabras y tuvo que desistir. Mei la abrazó mientras dejaba que diese rienda suelta a las lágrimas que tanto tiempo había contenido.
Al final, el cansancio de quizás días o semanas sin dormir bien pudo con ella y se quedó dormida en los brazos de Mei. La acostó en la cama y la arropó junto a la muñeca de madera. Descubrió entonces que no apacigua la desdicha el saber que otros han sufrido la misma suerte que tú; sólo te deja, si acaso, un amargo sabor de boca y un frío dolor en el corazón.

2 comentarios :

  1. A que no te esperabas un comentario mio?¡¡

    La verdad que tiene muy buena pinta asi que comenzará a leerla desde el principio. Espero ponerme al dia a no mucho tardar.

    PD:Espero que nos veamos pronto inaugurando tu casa,jajaja¡¡
    Edu

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  2. Jeje, espero que te guste!

    Y lo de la casa... no tardará mucho no...

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