Una más en la familia (II)

Cuando Mei bajó de nuevo al salón la Abuela ya estaba sola, ocupada en sus tareas, que los últimos días consistían sobre todo en zurcir y remendar las ropas de su madre que Crisannia le había traído. Las había visto mientras le ayudaba a llevar y colocar el arcón en su habitación, y no había tardado en hacerle ver que necesitaban un arreglo. Tal y como a Mei le había parecido en un primer momento, aquellas prendas eran mejores que cualquiera que pudiese haber vestido en su vida, pero era cierto que no estaban en muy buenas condiciones.
—¿Y la pequeña? —preguntó al verla entrar.
—Arriba, se quedó dormida hace rato y sigue como un tronco. Creo que llevaba bastante tiempo, demasiado, sin descansar bien.
—No es para menos, después de por lo que ha pasado... vio cómo mataban a su madre y a sus dos hermanos; puedo imaginarme lo que ha sufrido.
—Lo he visto en sus ojos, dolor y culpa, excesivo para una niña tan pequeña.
—Me temo que debe de traerte muchos recuerdos, y no precisamente buenos.
Mei asintió con un leve movimiento de cabeza y se sentó frente a ella.
—No voy a permitir que pase por lo mismo que pasé yo, y tampoco voy a dejar que se engañe de la misma forma.
—Y no serás la única, ¿o piensas que me voy a mantener al margen?
—Bien, pues entonces tendremos que hacerle ver que no está sola.
—A propósito —continuó tras unos instantes en los que ambas habían mantenido el silencio pensando en la situación de la pequeña—, ¿quiénes eran los que la trajeron? Parecían soldados.
—El jovencito no sé quién es, pero el otro es un niño que se me hizo grande hace tiempo. Durante mucho tiempo sirvió bajo las órdenes directas del Emperador y ahora está al mando de un grupo de mercenarios.
—Mercenarios —dijo ladeando la boca en una mueca—, nunca me ha gustado la gente que cambia de lealtades al ritmo del tintineo de una bolsa de monedas.
—Quizás tengas razón en el resto de los casos, pero en este la lealtad es para Bungar, y yo confío en él. Más que un grupo de mercenarios son una gran familia; ya lo comprenderás cuando los conozcas.
—¿Qué quieres decir?, no te entiendo —preguntó tras reflexionar sobre sus palabras durante unos segundos.
—Esta noche Bungar y su amigo vendrán a cenar con nosotros. Aún no saben nada, pero quizás quieras hablarles sobre lo que pasó hace un par de semanas.
Mei se volvió a quedar en silencio un instante. Le había dicho a la Abuela que la herida de su espalda era a causa de una caída; no había hecho ninguna pregunta, pero sabía que no había conseguido engañarla.
—No sé qué tendré que hacer el día que quiera mantener algo en secreto —la Abuela sonrió—. En fin, esta tarde quería ir a ver a mi abuelo, intentaré volver pronto. Por cierto, ¿por qué piensas que debería contarles nada?
—Parece que la última bolsa de monedas decanta su lealtad hacia nosotros; han venido a limpiar las calles.

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