Como el primer día y los sucesivos, en cada uno de los entrenamientos Tokei la esperaba sentado en un gran leño junto a la mortecina hoguera del campamento; parecía absorto observando una katana enfundada que sostenía en ambas palmas. No era la primera vez que Mei la veía, de hecho el arma acompañaba a Tokei a cada paso, pero aún no la había visto desenfundada.
—¿Estás esperando a alguien? —preguntó para sacarlo de su ensimismamiento.
Algo sobresaltado por la interrupción Tokei alzó la mirada, se levantó y se colgó la espada en el cinturón.
—Mei, no te oí llegar.
Durante un instante le pareció que asomaba de nuevo a sus ojos la mirada desconfiada de semanas atrás, pero al momento se disipó.
—Eh, bueno —terció Tokei para salir de su aturdimiento momentáneo—, será mejor que nos pongamos en marcha antes de que se haga más tarde.
—¿En marcha?, ¿vamos a algún sitio?
—Exacto. La liza que tenemos en el campamento está bien para jugar con armas de madera, pero para ponernos serios necesitamos más espacio. Salimos de la ciudad.
Mei se quedó un momento en silencio, pensativa, valorando las consecuencias de las últimas palabras de Tokei.
—No me parece buena idea. Si salgo de la ciudad quizás no pueda volver a entrar, y no creo que te sea beneficioso que los guardias te vean en compañía de alguien como yo... ¿qué? ¿qué miras así?
Tokei mantuvo la expresión, gesto severo y mirada interrogante, durante unos instantes más.
—Creo señorita, y corrígeme si me equivoco, que ya soy lo bastante mayor como para elegir las compañías que considere oportunas.
—Yo sólo decía que...
—¿Decías? —la interrumpió—, ¿o te compadecías?
—¿Perdona?
El tono de Mei pretendía dejar claro que no estaba dispuesta a aguantar ninguna reprimenda, y mucho menos relacionada con la posición de los suyos en la sociedad; pero la sonrisa de Tokei la desarmó. Al fin y al cabo no se veía sonreír a Tokei todos los días.
—Hay algo que siempre me decía mi maestro: "para ser uno con tu arma antes has de aprender a ser uno". Has de aceptarte a ti misma, sin importar lo que piensen los demás, si quieres llegar a ser una buena guerrera. Si no eres capaz de hacerlo, ¿cómo esperas poder manejar un arma como si de una parte de tu propio cuerpo se tratara?
Volvió a reinar el silencio durante unos instantes. No sabía si la afirmación de Tokei tenía algo de sentido o se trataba simplemente de una frase hecha, pero al menos en su caso era cierta. Siempre, aun cuando vivía con su madre, había estado marcada por lo que era. Siempre se había amparado en ello para alejarse, apartarse, mantenerse al margen. Y era eso lo que había jurado cambiar al viajar a Ranavva.
—Está bien, tienes razón.
Tras un leve asentimiento Tokei se le acercó y, con movimientos pausados, le apartó la capucha que le cubría la cabeza.
—Bien, ahora estás preparada —sonrió—. Vamos.
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