Sensei (V)

Por las callejuelas del barrio pobre pasaron casi desapercibidos. Al fin y al cabo allí estaban habituados a compartir hogar con los konomi; aquellas casas ajadas y viejas eran el único lugar donde se les permitía vivir con cierta normalidad. No hubo mucha diferencia en el resto de la ciudad, aunque no pasaron inadvertidos, ya que por costumbre los suyos solían usar capucha para ocultar el rostro. Algunos la miraban curiosos, otros más contrariados o altaneros; pero no hubo mayor problema. Estaba empezando a pensar que, enfrascándose en sí misma todos aquellos años, había perdido la verdadera perspectiva de la realidad; que Tokei tenía razón y era posible que la aceptaran como era.
Pero pronto comprendió que, aunque si bien Tokei podía estar en lo cierto, era incuestionable que algunas cosas nunca cambian del todo. Al llegar a las puertas de la ciudad, abiertas y cruzadas sin ningún tipo de impedimento por los transeúntes, una pareja de guardias los detuvieron.
—¿Qué? —dijo el primero en tono burlón dirigiéndose a Tokei—, ¿vas a sacar los desperdicios?
No disimuló una sonrisa socarrona, al igual que al momento no pudo contener la expresión, primero de sorpresa y luego de ira, cuando una sonora bofetada le cruzó la cara.
—¡Pero cómo te atreves siquiera a levantar la vista en mi presencia! —vociferó casi escupiendo las palabras, visiblemente fuera de sí—, ¡vas a recibir lo que te mereces!
En un arrebato llevó la mano al pomo de la espada para luego desenvainarla y acometer con furia sobre Mei. O esa hubiese sido su intención; intención rota cuando una mano férrea le agarró la muñeca antes incluso de que la afilada hoja comenzara a asomar. Si fuerte era la presa que le inmovilizaba el brazo más penetrante fue la mirada que se clavó en sus ojos cuando alzó la cabeza para enfrentar a su rival. Hasta Mei, que sólo los veía de soslayo, se sintió sobrecogida por el fuego que desprendían esos ojos. Durante unos instantes intentó hacerle frente, pero su mano no tardó en empezar a abrirse para desasir el pomo de la espada, animada también por el agudo dolor que la presión que el pulgar le infligía en el dorso.
Con un giro de muñeca Tokei volteó el brazo de su oponente hasta su espalda, obligándolo a girarse con brusquedad merced a la fuerza ejercida. Sin más, lo empujó hacia delante y le propinó un patadón en el trasero que lo hizo caer de bruces junto a su anonadado camarada. Éste ni hizo gesto de ayudarlo ni de enfrentar a Tokei, haciendo caso de un resquicio de serenidad, quizá más bien temor, que le dictaba que era mejor no meterse en problemas que no había propiciado. En ese momento una mano lo apartó de un empellón, dando paso a otro soldado mejor pertrechado que observó la escena, en el suelo seguía estando su compañero, y alzó la vista con gesto inquisitivo.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó con un tono altanero, pero más relajado que el del soldado que casi le besaba los pies. No se escapaba sin embargo la patente amenaza de su tono.

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