Sensei (VI)

—Nada —respondió Tokei sin ningún atisbo de nerviosismo, mudada de nuevo su expresión a una calma total—. Nada que no hubiera podido evitarse —se apresuró a aclarar al ver que la expresión de su interlocutor se endurecía con rapidez como claro síntoma de que la respuesta no le satisfacía en absoluto—, si este soldado supiese contener su sucia lengua y abstenerse de insultar a los que sin duda merecen más respeto que él.
Un movimiento, en apariencia totalmente casual, para volver a ajustarse la capa sobre los hombros dejó a la vista en su peto de cuero una insignia a la que nadie había prestado atención hasta el momento.
Como por arte de magia el creciente enfado del soldado se convirtió de inmediato en una mezcla de aprensión y respeto. Hasta balbuceó un intento de disculpa antes de propinar un puntapié al que se estaba levantando y comenzar una diatriba de imprecaciones que casi parecían ladridos contra sus dos subalternos. Ni Tokei ni Mei le prestaban atención; habían salido por la puerta de la ciudad y se dirigían a un lugar tranquilo en el que entrenar.
—Un préstamo de Burgar, por si algún inoportuno se empeñaba en causarnos problemas —aclaró Tokei cuando vio que Mei lo miraba con insistencia.
Pero Mei no pensaba en la insignia que a buen seguro los había sacado de más de un posible apuro momentos atrás. Miraba sorprendida a Tokei, anonadada por su actuación en el enfrentamiento. Jamás habría imaginado que el carácter de Tokei, tranquilo y reflexivo como había llegado a conocerlo desde que la entrenaba, podía dar paso a una furia contenida tal que hasta a ella la había sobresaltado.
Pensaba, sorprendida e intrigada en ello, en las consecuencias que podrían llegar si la situación se escapaba de su control. Quizás por ello su mente no se detuvo a reflexionar sobre otro suceso extraño en lo ocurrido: no era la primera vez que oía esas voces, no era la primera vez que se cruzaba con esos soldados.
Y en aquella ocasión anterior las circunstancias habían sido muy distintas.

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