Gakusei (II)

Aquella mañana las gachas estaban demasiado calientes. Había tardado más de lo habitual en dejar la tienda y las que quedaban en la cazuela, después de que la mayoría de la compañía se hubiese servido su ración, habían acaparado todo el calor de los rescoldos. Tampoco le importaba mucho, no tenía apenas apetito y pensaba más en lo que le depararía la mañana que en saciarlo. Casualmente, o quizás no de forma tan fortuita, la petición de Bungar se acercaba mucho a la que Crisannia le había hecho algunas noches antes de llegar a Ranavva. Seguía sin gustarle mucho la idea, pero fuese como fuese tenía un doble compromiso; ya era hora de pasar de alumno a maestro.
Desde donde estaba se podía ver la puerta de la casa de La Abuela, así que observó cómo Mei salía, se embozaba hasta la exageración en su atuendo, y se dirigía hacia donde él se encontraba. No esperó casi ni a llegar a su lado para llamar su atención con una mirada y un tono de voz que dejaban claro que hubiese preferido seguir durmiendo a haberse levantado temprano.
—Me dijo Bungar que querías verme.
Tokei reprimió una sonrisa. Directa y con carácter; no era la mejor alumna que un maestro podría desear. Aprovechó sin embargo para deshacerse del aún humeante cuenco de gachas y se lo ofreció.
—Muy puntual, supongo que no habrás desayunado.
Como había supuesto el ofrecimiento cayó en saco roto. La respuesta vino en el mismo tono que las primeras palabras de saludo.
—Supongo que me habrás hecho venir hasta aquí afuera para algo más que ofrecerme un cuenco de gachas frías.
Tokei, preparado para afrontar lo que le esperaba, no se achantó con la respuesta. Incluso aprovechó para devolverle la pulla.
—Puntual y con carácter, sin duda —de nuevo tuvo de reprimir una sonrisa—. Pero relájate, aquí afuera, como dices, estás entre amigos; no importa la curva de tus ojos. Tengo algo que proponerte que creo te interesará, pero primero come algo. Por cierto, no están frías.
De forma inesperada, aunque no sin unos segundos de tensión, Mei acabó por aceptar el cuenco y se sentó en un tocón junto a los rescoldos.
—Y bien, supongo que podrás decirme de qué se trata mientras tanto —volvió a la carga poco después, mientras se esforzaba por no escaldarse con las gachas.
Tokei reflexionó un instante procurando enfocar la respuesta de manera adecuada.
—Bueno, podría decirse que ha llegado a mis oídos cierto... —no las tenía todas consigo, pero había que intentarlo— malentendido que tuviste con alguna chusma del barrio; y también ciertas sospechas de que que el golpe que tenías en el brazo era más bien una herida.
Mei dejó la cuchara humeante a medio camino de la boca y le deleitó con una mirada que hablaba claramente de lo poco que le había gustado la respuesta.
—No me mires así —había que seguir con el farol—, ¿o me vas a decir ahora que esperabas que esa dulce ancianita con la que vives se tragase el cuento del resbalón en el tejado?
Mei mantuvo la mirada unos instantes más, poco convencida; pero al final se resignó y continuó con las gachas. Por esta vez había acertado; ahora sólo quedaba la segunda parte del asunto.
—Pues dicho esto lo siguiente es bien fácil. Me propongo enseñarte a defenderte.

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