—¡Vamos, vamos! ¿Tan mal maestro soy que aún no he sido capaz de enseñarte a cortar una vara con esas dagas?
Tokei se mofaba de Mei mientras esquivaba o simplemente desviaba con facilidad las arremetidas de ésta con un boken de roble que había tallado días atrás. Llevaban ya un buen rato así, mientras él evitaba sus envites y se jactaba de ello, haciéndola rabiar. De vez en cuando se zafaba con suficiente holgura como para devolverle el golpe, lo que sabía que la cabreaba aún más.
—¡Más rápido —continuaba—, que parece que tienes las manos entumecidas!
Cuando ya no pudo aguantar más, Mei se separó un par de pasos y clavó las dagas en un tocón arrojándolas con frustración.
—¿Pero qué esperas? —dijo furiosa—. Sabes todos los movimientos que voy a hacer, ¡si me los has enseñado tú!, ¿cómo no esperas evitarlos?
—¿Y eso es excusa? ¿No puedes ser más rápida que yo? Ya que no tienes fuerza no estaría mal que destacaras en otra cosa...
El ceño de Mei se fruncía por momentos.
—O por lo menos podrías tratar de improvisar, de sorprenderme.
—¡Seguro que puedo ser más rápida que tú! —le había tocado el orgullo—. ¿Pero qué pretendes, que te haga daño?
—Ja ja ja...
Los últimos días de entrenamiento habían sido únicamente de práctica en solitario, mientras Tokei la vigilaba y dirigía sus movimientos. Según Tokei tenía que familiarizarse con el peso de sus armas y coger un poco de soltura en su manejo antes de avanzar al siguiente nivel. Cuán ingenua había sido en el pasado pensando que con el cuchillo que llevaba para cazar y desollar conejos podía defenderse en sus viajes de un pueblo a otro. Ahora estaba descubriendo su error y qué lejos se encontrara en aquel entonces de esgrimir un arma contra alguien que la amenazase.
La verdad era que, a pesar de todo, estaba aprendiendo con rapidez. Día a día perfeccionaba su postura en combate, Tokei insistía mucho en ello; aprendía nuevas rutinas de ataque o defensa; mejoraba su percepción de lo que la rodeaba en cada movimiento... Se esforzaba al máximo y volvía exhausta cada atardecer, era cierto, pero aun así progresaba mucho más de lo que pudiese haber esperado; parecía que tenía un don natural para aquello. Claro está, ni con todo ello estaba a la altura de presentarle batalla a Tokei.
—Bueno, ya basta ¿no?, ¿o vas a pasarte toda la tarde riéndote de mí?
—Vale vale, está bien... —aún tuvo que contener un poco la risa al seguir viendo frente a él a Mei con los brazos en jarras y el ceño fruncido—. Dejémoslo por hoy, ya he comprobado que estás mejorando incluso más rápido de lo que me imaginaba.
—¿Debo tomarme eso como un cumplido? —el ceño había dado paso a un gesto de incredulidad.
—No te confíes, aún te queda mucho por aprender. Aunque... debo admitir que lo estás haciendo bien. Pero bueno, coge las dagas que va siendo hora de volver.
—¿Tan pronto? Siempre esperamos a que empiece a atardecer, y quedan al menos un par de horas.
—Cierto, pero tengo que pasarme por la herrería antes de que sea más tarde, tengo que recoger un encargo que hice hace unos días. Te va a gustar.
—No sé si preguntar...
No hay comentarios :
Publicar un comentario