Gakusei (IV)

Al final Mei había acompañado a Tokei a la herrería. Allí éste había recogido un paquete, no muy grande pero bastante ruidoso. Tras insistir un poco había conseguido que le enseñase el contenido: un juego de finos y alargados cuchillos.
—¿Y esto es lo que se supone que tenías tanto interés en buscar? —había preguntado sin saber muy bien su propósito.
—Exacto. Me vengo fijando desde hace unos días que, aunque tienes que mejorar con el uso de las dagas, hay algo que haces bastante bien: lanzarlas.
—¿Cómo? Pero si yo no...
—Bueno, la verdad es que sólo lo haces cuando te enfadas, más de un pobre árbol puede dar fe de ello; pero creo que podríamos sacarle partido.
Mei se lo quedó mirando durante unos instantes, por lo que a Tokei le parecía sin saber qué decir ni qué hacer. Iba a continuar la marcha cuando de pronto se le echó encima y se agarró a su brazo con gesto cariñoso. No había esperado que ella reaccionara de aquella forma y desde luego lo había tomado del todo por sorpresa.
—Mujer, tampoco es para tanto —dijo con la voz un poco entrecortada, notaba cómo el calor le subía a la cara—; no son más que unos cuchillos para que aprendas a...
—¡Calla tonto! —lo cortó sensualmente mientras se ponía de puntillas para acercar más sus rostros.
Tokei se había quedado paralizado notando cómo aquel cuerpo, pequeño pero no por ello menos deseable, se pegaba al suyo; cómo aquellos labios finos y sonrojados se le acercaban sin remedio...
En el último momento, cuando ya se encontraba perdido, cuando se sentía una débil presa en las garras de un ave rapaz el embrujo se rompió. Se rompió y se vio cayendo de espaldas; y fue en ese momento cuando alcanzó a escuchar el tañer de varias cuerdas y lo comprendió todo. Mientras aún en el aire restallaban los proyectiles aprovechó el impulso para rodar varias vueltas en el suelo y levantarse con rapidez con la espada en la mano; aún enfundada pero en posición de guardia. Giró en redondo a la búsqueda de los asaltantes y distinguió varias figuras que, valiéndose del revuelo para ocultarse, se escabullían por un callejón. Ya echaba a correr para darles caza cuando algo vino a su mente y se paró en seco.
—¡Mei!
Se volvió hacia atrás alarmado, sabía que los proyectiles no le habían alcanzado, pero alguien lo había quitado de su trayectoria... La encontró sentada en el suelo, con la capucha hacia atrás y recubierta de tierra; pero ilesa. Se acercó a ella, que le tendía la mano, la ayudó a levantarse y, en el mismo movimiento, la abrazó.
—¡Hey! No sabía que te preocupases tanto por mí —dijo ella tan sorprendida por el gesto como él.
—Me apartaste, no sabía si... temía que...
—Tranquilo, tranquilo. Estoy bien —intentó tranquilizarlo dando un paso atrás y volviendo a ponerse la capucha—. No le ha pasado nada a nadie así que será mejor que nos marchemos. Todos nos están mirando y empiezo a sentirme incómoda; pronto se percatarán de mis facciones y empezaré a pasar de víctima a culpable.
Por esta vez Tokei no le discutió acerca de no ocultar sus rasgos o dejar de sentirse marginada por ellos. La agarró del brazo y momentos después se perdían por los callejones resguardados entre la oscuridad.
Fin del capítulo séptimo. Volver al índice >>

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